Con la llegada de los primeros frentes fríos, los aromas dulces comienzan a ocupar las calles de la capital tamaulipeca, y con ellos, el impulso a pequeños emprendimientos que nacen —o renacen— entre la necesidad y la tradición.
Tal es el caso de “Churros Páez”, un negocio familiar que ha encontrado en el clima invernal su mejor aliado para crecer. Diana Páez, comerciante victorense, relata que el oficio no es improvisado ni reciente, sino un legado que ha sobrevivido generaciones.
“La tradición viene desde el abuelo; luego fue a mi papá, después a mi esposo y ahora sigue con nosotros”, cuenta mientras sostiene la charola de churros recién hechos.
La pandemia fue el punto de quiebre que la llevó a retomar la tradición como alternativa económica “No había trabajo, no había nada; dijimos: hay que hacer churros. Y aunque al principio las ventas estaban bajas, seguimos adelante”, recuerda. Hoy, con más de diez años dedicados al oficio, su jornada inicia antes del amanecer.
“Normalmente empezamos a las seis; si hay pedidos grandes, desde las tres o cuatro de la mañana para que todo salga temprano”, explica. En un día regular vende alrededor de 150 churros, todos preparados de manera artesanal y sin rellenos. “La receta la pueden tener muchos, pero lo bueno es la mano; eso es lo más importante”, afirma con orgullo.
Para abarcar más zonas de la ciudad, Diana recorre distintos puntos a lo largo del día: por la mañana en el Balco Joyero, después en Siete e Hidalgo, y por la tarde frente al Oxxo de la colonia Unidad Modelo. Consciente de las condiciones económicas de sus clientes, ofrece precios accesibles:
“Doy tres por 20, cinco por 30 u ocho por 50; yo me acomodo al cliente. Lo importante es que nadie se quede con el antojo”.
Su visión va más allá del negocio diario: busca que la tradición continúe en manos de sus hijos “Tengo tres; mi niño dice que va a aprender el oficio para seguir con la tradición. Mi esposo dice que también va a enseñar a los yernos, porque uno no es eterno”, comenta entre risas.