Las conversaciones entre el príncipe Harry y los dos herederos directos al trono británico, su hermano Guillermo y su padre Carlos, no van por buen camino. La entrevista televisiva de Harry y Meghan a Oprah Winfrey ha conseguido conmocionar a una familia real a la que no se le dan especialmente bien las relaciones humanas. La revelación de Harry de que su padre le pidió que “mejor le escribiese” para no tener hablar con él en los meses previos a la entrevista dice bastante del carácter distante y la peculiar forma que tienen los Windsor de solucionar sus problemas familiares.
Y deja constancia de otra de sus características: los extremos a los que son capaces de llegar cuando se sienten ofendidos. Es algo que ya pusieron en práctica en otra ocasión televisiva e histórica: cuando Diana dio la entrevista al programa Panorama de la BBC denunciando que su matrimonio era una farsa. Nadie se lo tomó peor que Margarita, cuyo desprecio por su vecina (ambas vivían en el palacio de Kensington) llegó hasta más allá de la muerte de Diana.
La entrevista fue para Margarita algo inadmisible. No porque lo que contase Diana no fuese cierto, sino por el hecho de contarlo. En su momento, en 1995, la confesión de Diana a Martin Bashir fue vista por 23 millones de británicos, el 40% de la población total del Reino Unido. Una bomba tan potente que la reina exigió de inmediato un divorcio del heredero al trono para que Diana dejase de ser familia. El divorcio llegaría un año más tarde, un tiempo en el que Diana siguió viviendo a pocos pasos de la princesa Margarita.
Vecinas y enemigas
Una convivencia que ya había sido difícil desde que el matrimonio entre Diana y Carlos empezó a hacer aguas, y agravada por la popularidad de Diana. Andrew Morton, el autor de la biografía definitiva de Diana, contaba en el documental de Chanel 5 The Royal Family at War [Guerra en la familia real], que Margarita le retiró la palabra a Diana hasta su muerte en 1997. Eso sí, “irónicamente”, contaba Morton, “cada vez que Diana se traía un hombre a pasar la noche, al que traía a escondidas en su coche, Margarita observaba desde detrás de las cortinas”.
En el mismo documental, Paul Burrell, el indiscreto exmayordomo de Diana, confirmaba las palabras de Morton, y la forma que tenía Diana de reírse de la princesa. Los hombres que llegaban a Kensington, ya fuera de manos de Diana o con la complicidad de Burrell, tenían que pasar necesariamente por la entrada del reloj del palacio. Es decir, justo delante de las ventanas del apartamento 1A, donde vivía Margarita desde que a principios de 1961 se quedase embarazada por primera vez. “Se veía que había alguien detrás de las cortinas, que Margarita estaba atenta a lo que hacía Diana, y Diana a veces saludaba a su ventana diciendo ‘Ey, Margo, ¿qué tal andas?”.
La guerra entre ambas ya venía de lejos. Margarita no llevaba bien la fama de Diana, y la culpaba directamente de que los medios eligiesen a la icónica princesa para sus portadas en vez de a ella misma, al resto de la familia real o, peor, a su hermana Lilibeth. Que la mujer del príncipe de Gales le quitase la primera plana a la mismísima reina era, para Margarita, culpa de Diana. De ahí cogió la costumbre de darle la vuelta a toda revista que hubiese en Kensington con foto de Diana en portada. No soportaba verla ni en tinta de imprenta.
Algo que explica su reacción cuando se emitió la entrevista: para Margarita, era un paso más en la sed de medios de Diana, no una mujer dolida haciendo lo único que le quedaba por hacer: denunciar públicamente el trato que había recibido en el seno de la familia real. Una división que sonará familiar a todas las personas que hayan seguido la actual guerra de Megharry contra los Windsor. Y que no es el mejor precedente para una reconciliación royal.
“No quiero ver a esa mujer desde mi dormitorio”
Antes del divorcio y de la entrevista, Margarita ya había dado instrucciones a su personal para que interactuasen lo mínimo con Diana, pero tras Panorama desplegó todas sus armas: ni sus lacayos ni sus propios hijos tenían permitido dirigirle la palabra a la princesa de Gales. Es algo que cuenta Craig Brown en Ma’am Darling, su recomendable biografía de Margarita (a la que en unas semanas se unirá una del propio Morton: Elizabeth & Margaret): la decisión de la hermana de la reina de no volver a dirigir jamás la palabra a Diana.
Un odio que llegó incluso más allá de la muerte. Durante el funeral de Diana, Margarita se negó a inclinar la mirada ante el féretro, y optó por un gesto de cabeza más cercano a un desaire que al protocolo funerario. Para entonces, hacía un año que ya no eran vecinas. Pero cuando se mencionó por primera vez la idea de que una estatua de Diana adornase Kensington (un proyecto que finalmente verá la luz este verano, y que reunirá en público a Harry y a Guillermo), Margarita se negó con una frase tallada en hielo: “No voy a tener a esa mujer como parte de las vistas de mi dormitorio”. Un rencor que la condesa de Snowdon guardaría hasta irse ella misma a la tumba en 2002. Si Margarita hoy siguiese viva, tengan por seguro que Harry y Guillermo no tendrían estatua alguna que inaugurar.
La reacción de La Casa a la entrevista de Diana
Margarita fue la que más a pecho se tomó su odio –también porque en esos años a la hermana de la reina ya no le quedaba mucho más que montar el drama por lo que fuese–, pero la reacción de los royals a la entrevista de Diana estuvo a la par. Que la reina ordenase un divorcio ya decía mucho sobre el acierto del jefe editorial de la BBC en tiempos, Robert Ayre, que definió la entrevista de Panorama como “algo que puede que acabe con la BBC o con la monarquía o con ambas, así que tenemos que emitirla”. En Palacio también se sintió así.
Y eso que solemos olvidar que Diana estaba respondiendo a una de las mayores humillaciones posibles: Carlos de Inglaterra, en 1994, dio su propia entrevista televisada en la que confesó que era infiel, con el consentimiento de Buckingham. Pero a ella no se le “permitía” hacerlo (algo que ya había intentado al servir de fuente primaria a la biografía de Morton, de 1992, aunque Morton lo negaría hasta la muerte de Diana). El doble rasero, otra vez en acción.
Aquí está el problema para la reconciliación: Carlos pudo salir a defenderse (tanto del libro de Diana como del tampongate, la publicación de sus conversaciones subiditas de tono con Camilla) y la familia le arropó –aunque pública e internamente fuese en el sentido Windsor: en silencio y a distancia y midiendo cada uno de sus pasos, como hicieron desde que nació Carlos–. A Diana la relegaron al ostracismo y la expulsaron del seno familiar, aunque eso supusiese el escándalo público de que el heredero al trono se divorciase.
El entorno de Harry y Meghan denuncia hoy algo parecido: todos los intentos de reconciliación y de arreglar las cosas en privado van dirigidos a Harry. Ningún miembro de la familia se ha puesto en contacto con Meghan. Obviando algo fundamental, evidente a cualquier no royal: Harry sigue casado, su mujer está embarazada de su segunda hija, y el desplante continuado a Meghan es, aunque no sea algo que puedan concebir fácilmente en Buckingham, un desplante también a Harry. Y viceversa: cada apretón de tuercas al hijo menor de Diana marcaba una única alternativa: o Meghan, o La Casa. ¿Es quizás algo que su hermano, aparentemente el más humano de los royals en activo –con permiso de la princesa real Ana, que hace décadas que optó por vivir su vida y distanciarse de cualquier asunto–, podría arreglar?
El difícil precedente de Guillermo
Sin embargo, también solemos olvidar que Diana no sólo hizo referencias a los trapos sucios de la familia real, de su matrimonio, y de la relación de Carlos y Camilla. También se mojó en la sucesión: Bashir le preguntó (recordemos: el 40% de todos los británicos vieron esta entrevista) si vería bien que, el día que faltase la reina, Carlos abidcase y Guillermo ocupase el trono. Diana contestó: “lo que deseo es que mi marido encuentre la paz mental, y de ahí surgen otras cosas. Sí”. Un bombazo que afectó especialmente a… Su hijo mayor, el príncipe Guillermo, que se enfadó con su madre como sólo un adolescente puede hacerlo.
El material para ser parte de La Casa se lleva dentro. Una crianza en brazos de nannies, con padres que tienden la mano a sus hijos, donde un abrazo es anatema, va puliendo esa capacidad especial que tienen los Windsor para no funcionar bien como seres humanos. Un mal menor necesario para ser un buen royal. Y que Guillermo mostró por un momento cuando surgió la entrevista con su madre: su propio hijo lloró viendo la entrevista, pensó que lo que había hecho Diana estaba mal y, en general, se puso del lado de La Casa. Incluso recientemente ha seguido convencido de que la entrevista a su madre fue una encerrona, que bordeaba lo criminal.
Y así tendríamos todos los ingredientes por los que la reconciliación parece imposible: los Windsor ya demostraron su frialdad cuando Diana pasó por su último calvario y posterior martirio a manos de la prensa, y no han cambiado una coma del guión respecto a Meghan. Y, en el caso de Harry, cuenta con un padre capaz de mandarle a escribir cartas para arreglar el abismo padre-hijo; y con un hermano que ha vivido convencido de que la confesión de Diana –con la que la princesa de Gales compró, por así decirlo, su acuerdo de libertad–fue un error. Un clan que piensa que las cosas que rompe palacio se resuelven en palacio, que para eso tiene espaciosas alfombras que levantar para ir barriendo los pedazos que hagan falta.
Pero, sobre todo, la reconciliación parece imposible porque la entrevista de Meghan y Harry ha roto definitivamente aquella norma interna que irritó tantísimo a Margarita: que las portadas dejen a la reina en segundo plano. Si Diana traspasó una enorme línea al hablar de la sucesión al trono, Harry y Meghan lo han hecho al poner de manifiesto que en la familia real inglesa hay racismo. Una denuncia de lo personal que, en pleno siglo XXI, se ha convertido en un arma arrojadiza contra la Corona como institución.