Tal vez a algunos no les guste que ese pueda ser el resultado.
Sin embargo, lo más probable –aunque podría ser una excepción– en el caso que involucra a Egidio Torre en la manipulación de dinero federal para operaciones electorales, es que el ex gobernador tamaulipeco salga ileso.
Quizás salpicado de lodo, pero sin más heridas que las sufridas en su honorabilidad, ya de por sí zarandeada.
Es sólo una percepción personal, derivada de decenas, centenas, tal vez miles, de casos similares registrados a lo largo de tantos y tantos comicios celebrados en nuestra querida patria. Federales o locales, es lo mismo.
En México no existe terreno más difícil que el electoral, para probar malos manejos financieros, desvíos, latrocinios y viles agandalles.
No es difícil confirmarlo a la luz de la historia cercana, en la cual se han vivido cientos de experiencias de ese tipo en donde se han hecho ácidos señalamientos, presentado denuncias concretas y lanzado acusaciones directas, con nombre y apellidos de los presuntos infractores, sin que haya prosperado la inmensa mayoría de ellas.
Lo más notable en ese ámbito ha sido la cauda de multas a partidos políticos por excederse en gastos, por no respetar las normas de propaganda o por –como decía Chabelo– “catafixiar” votos por dinero contante y sonante o en el peor de los casos por apoyos materiales.
¿Pero dónde están los ganones de esos derroches extraordinarios que tanto se han tratado de exhibir?
Están en el Senado, en la Cámara de Diputados, en los congresos locales, en presidencias municipales o en alguna secretaría federal o estatal. No sólo no fueron castigados, sino que fueron premiados por servir al sistema. A quienes peor les ha ido, como en el caso del mismo Egidio, duermen tranquilos en sus palacetes.
Vamos, hay que ser realistas en este circo político y para abonar en ese sentido, permítame narrarle en este espacio una anécdota chispeante, no sé si cierta o inventada pero no menos aleccionadora, sobre la picaresca política tamaulipeca, ocurrida, dicen, algunas décadas atrás. Va:
En un municipio rural del centro de Tamaulipas –no tiene caso citar el nombre porque en todos sucede lo mismo– un alcalde recibió muy temprano la visita de tres personas que se identificaron como auditores del Gobierno del Estado, con la encomienda, le dijeron, de revisar las finanzas de esa administración.
El edil les dio la bienvenida y les invitó a almorzar. Ellos se negaron porque, aclararon, debían empezar a trabajar, así que el jefe de la comuna los acomodó en una oficina y se retiró.
Al empezar la tarde el alcalde volvió y al verlos laborando les invitó ahora a comer. La respuesta nuevamente fue negativa y la autoridad local se marchó.
Llegada la noche, ya cercano el final del día, el presidente, al notar que los funcionarios estaban sudorosos y al borde del agotamiento, insistió en llevarlos en esas horas a cenar. Al volver a negarse, el alcalde ya amoscado les dijo: “Bueno, ¿pues qué buscan?…a lo mejor les puedo ayudar a que terminen más rápido”.
Los auditores se vieron entre ellos y uno de ellos se animó a dar una explicación: “Mire señor presidente, la verdad es que nos mandaron a buscarle en dónde se está usted robando el dinero. No hay de otra, lo quieren fregar”.
La respuesta del edil quedó para la posteridad como perla de la muy mexicana sabiduría política:
¡”Ah qué muchachos… ya no se cansen, no van a encontrar nada. Yo lo que me robo no lo apunto!”…
Cualquier parecido con el intento muchas veces frustrado de castigar los manoteos en los procesos electorales, no es casualidad. Es una verdad absoluta.
Así, renueva su vigencia lo que en esos trances dicen en mi pueblo:
“Lo acusan de bandido, no de pen”…dejo el resto para otro día…
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