Salomón Beltrán Caballero

Esperaba pacientemente el desayuno, cuando de pronto recibo una llamada telefónica, de inmediato noto un tono de voz que destila angustia, miedo e incertidumbre, era un mensaje acotado y pregunto: ¿dónde estás? Y salgo disparado sintiendo cómo una descarga de ácido activa mi gastritis crónica, mis manos tiemblan discretamente, y con ello me percato de que se ha activado también mi trastorno de ansiedad, por el camino trato de no llevar mi estrés al grado de distres; busco el lugar que con cierta imprecisión me describieron, no encuentro nada y decido buscar por sitios cercanos y por fin encuentro la escena, respiro profundamente al ver que todo parece estar en orden, excepto, unas abolladuras leves en los dos vehículos que participaron en un evento totalmente involuntario e inesperado; en ese momento me pregunto: ¿Por qué tienen que pasar esas cosas, y más en este momento en los que requerimos de mayor paz? Mi pregunta recibió respuesta unos minutos después, al activarse todo una red de apoyo solidario en favor de mi familiar, la calma fue regresando a mi cuerpo, persistiendo únicamente los síntomas de la gastritis, la calma se activó también debido a la serenidad y la comprensión de la parte contraria, la afectada en este caso; no hubo la mínima expresión de violencia, existió confianza y permeó el buen juicio.

Me pregunté a mí mismo, si lo que acababa de experimentar era una evidente expresión de lo que hemos aprendido lo seres humanos debido al impacto de la pandemia: comprender y sentir que lo más importante es la vida y mantener la armonía para buscar soluciones más justas, para restablecer la confianza entre nosotros, para privilegiar la responsabilidad, la honorabilidad, las buenas costumbres y privilegiar también la buena educación que recibimos y que habíamos dejado atrás debido a esa campaña permanente que nos inducía a ser más competitivos, más agresivos, a ser oportunistas y ventajosos, a denigrar nuestra calidad humana.

Hace un par de días llevé a un taller una plancha para que fuera reparada, confieso, que sabía que el desperfecto de la plancha era un falso contacto, pero no contaba con un desarmador especial para retirar un tornillo y eso me obligaba a acudir al taller; pero habiendo tenido experiencias negativas con ese tipo de negocios, debido a que no cobraban lo justo y no querían hacer válidas las garantías, temía ser sorprendido por el abuso del técnico que haría la reparación; pero cuál fue mi sorpresa al encontrarme con un profesional que estimaba el valor de la ética, y al preguntarme sobre la falla le dije: Está haciendo falso contacto el cable que va de la plancha a la corriente eléctrica; en ese momento realizó la inspección del artículo y encontró la falla y en menos de quince minutos, arregló el desperfecto, me cobró lo justo y quedé muy satisfecho, lo felicité exaltando su capacidad de resolución del problema y por estimar en lo justo el cobro de sus servicios, el hombre sonriendo me agradeció el cumplido y dijo: Siempre he tenido muy claro que cuando se hacen las cosas bien, siempre seré recompensado por ello, eso ha sido la mejor garantía que puedo ofrecerle a mis clientes, y eso es lo que me ha dado la oportunidad de tener siempre trabajo para cumplir con mis responsabilidades como padre de familia y miembro de la comunidad.

¿Acaso estos dos ejemplos no son francas señales de que nuestra especie siempre tendrá oportunidades para volver al camino de los valores positivos para honrar el legado que recibimos de nuestro Creador: Amar al prójimo como a sí mismo?

“Ruégote, Señor, prosiguió, no te irrites, si aún hablare está sola vez: ¿Y si se hallaren allí diez? A lo que respondió: No la destruiré por amor a los diez” (Génesis 18:32)

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