Llegó, vió…y no venció.

En una parodia de la célebre frase atribuida a Julio César –en latín originalmente– el precandidato del Partido Revolucionario Institucional a la Presidencia de la República pasó, por segunda ocasión, con más pena que gloria por territorio tamaulipeco.

Al igual que sucedió en Tampico, en Victoria también prevalecieron los  favoritismos, egocentrismos, supina ignorancia o valegorrismo del “quién es quién”, así como desbarres monumentales de “iluminados”, tanto de los jerarcas nativos como de la dirigencia tricolor nacional. Y ahora por añadidura, del equipo de precampaña de José Antonio Meade.

¿A quiénes espera convencer el abanderado priísta con ese tipo de mensajes, sin calidez, sin fibra, sin alma?

Sí, entiendo que no necesita Meade en estos momentos, como se dice en la jerga popular, echar toda la carne al asador. Ni siquiera le preocupa convencer a su militancia porque al igual que sus adversarios circunstanciales en sus respectivos partidos, es el único aspirante registrado y paradójicamente, el futuro ya es historia escrita dentro de ese instituto político.

Eso me queda claro.

Pero ¿dónde está o dónde se esconde el candidato virtual?

Me recuerda el ex Secretario de Hacienda federal, por lo menos con lo que ha mostrado hasta ahora, a dos protagonistas de la política doméstica, aunque por desgracia para el PRI, por sus defectos y no por sus cualidades.

El primero de ellos, por su falta de elocuencia, a Alejandro Etienne. Acartonado, sin espíritu y como solía decir el fallecido conductor de televisión, Paco Stanley, sin enjundia. Inteligencia le sobra, pero con escasa decisión.

Me recuerda también, en el segundo caso, a Baltazar Hinojosa, no por la galopante soberbia del matamorense porque Meade es todo lo contrario, sino por pensar en forma prematura que la luna es de queso y que por su solo nombre los ejércitos enemigos se rendirán. Sobre la mesa es lo que se aprecia.

No sé si seremos testigos más adelante de un giro espectacular en la imagen y mensaje de quien será sin duda el candidato del PRI a conservar Los Pinos. Por el bien de sus bases espero que se de, para que vivamos una campaña auténtica y no un protocolo con ganador anticipado.

Por lo pronto, sólo algo me parece transparente:

Con razón López Obrador sigue, curiosamente porque debería ser Meade el que lo hiciera, en caballo de hacienda…

 

TAN LEJOS Y TAN CERCA

En el mismo escenario, otra desgracia aqueja al Revolucionario Institucional, pero en Tamaulipas.

Dicho en cuatro palabras: El PRI no existe.

Existen sí, sus directivos, existen sus estructuras, existen sus postulados, pero en forma contraria, no existe la disciplina histórica ni existe algo que fue ejemplo político: la lealtad a sus colores.

El tricolor parece vivir en nuestro Estado una agonía. Un declive que a muchos les parece inexplicable porque aún siguen vigentes muchos de quienes lo llevaron a la cúpula y lo sostuvieron en el poder sexenio tras sexenio.

¿De quién es la culpa?

Tiene nombre y apellidos. O habría que decirlo en plural: tiene nombres y apellidos.

El primero es Egidio Torre Cantú. El ex gobernador que optó por construir su impunidad y dio las principales paladas para cavar la tumba de ese partido.

El segundo es Sergio Guajardo Maldonado. Hecho y alimentado por Eugenio Hernández Flores, se sometió al egidismo para convertir a ese membrete en lo que sus pares políticos cumplían cabalmente: en satélite del poder en turno, sin importar si son otros colores y otras siglas.

Pobre PRI, tan lejos de ganar y tan cerca de Egidio y de Guajardo…

 

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