¿Quién dijo que amar fuera fácil, que sólo debíamos cerrar los ojos y dejarnos guiar por el amor de esposos que nos juramos en el altar? ¿Quién dijo que no habríamos de titubear en un momento en que nuestras manos se pudieran soltar, creyendo que nuestra unión, jamás caería en la tentación de pensar que no pasaba nada, al olvidar decirnos cuánto nos amábamos, para continuar nuestra unión tan envidiada? Hoy te digo como ayer, que en mi vida no ha ocurrido nada más grande que el haber conocido a Dios a través de tu mirada, por eso no quiero que dejes de mirarme, ámame como el primer día, para seguirte amando como antes.
A LA MUJER QUE SIGO AMANDO
Pienso en ti, en la mujer del amor sincero,
en la que cautivó mi vida con sus bellos ojos,
en ti mujer, en la única que quiero.
Pienso en ti, en la que me dio sus brazos,
me llenó de besos, encendió mi fuego
y se unió a mi vida con tan fuertes lazos.
Pienso en ti, como la amiga que escucha el ruego,
de mis tristezas, alegrías y fracasos,
la que amorosa y tiernamente me da consuelo.
Pienso en ti, la esposa que comparte mis esfuerzos,
que lucha incansable, sin importar desvelo,
por mantener siempre vivos nuestros sueños.
Pienso en ti, como la amante que deseo,
la de cálidas caricias y fogosos besos,
y con todo ello me hace recordar por qué la quiero.
Pienso en ti, en la madre de mis hijos tan hermosos,
la que sufre, la que llora, la que vale más que el oro,
la que calla y nos protege a todos con sus rezos.
Pienso en ti, María Elena, mi preciado tesoro,
quien me acepta y perdona mis defectos,
y es en ti mujer, en la que pienso… ¡a la que adoro!
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