El grano de arena

Te veo detrás de la cortina de la fina lluvia que cae del cielo, y que anuncia sin duda tu llegada, avivando el verde de las hojas de las plantas, que adornan y alegran el jardín de mis anhelos, en los que siembro la semilla de la fe que pusiste en mis manos.

Te siento, como la más suave y tierna caricia, que me obsequias a través de la brisa que impulsas con tu divino aliento, y que refresca la piel de mi cara, para mantenerme despierto, con un gesto tan sereno por tan sutil regalo, poniendo en evidencia el gozo de estar tan cerca de Ti, para dejar que tu amada presencia, me llene de energía para combatir cualquier temor y cualquier desesperanza.

Me mantienes de pie día con día, iluminas mi camino, me animas a vivir a plenitud, a seguir amando con el mismo amor que Tú me tienes a mí, y cuando te pregunto: ¿Por qué a mí, mi Señor, habiendo tan buena fruta en tu divino huerto en la inmensidad del universo?

Soy tan sólo un pequeño grano de arena, en el desierto desolado de lo incierto, perdido en ocasiones, buscándote como otras tantas veces, encontrándote como hoy en todo aquello, que para los ojos incrédulos, es invisible e intangible.

Señor, soy un grano de arena afortunado, porque cuando caminaste en el desierto, en uno de tus pasos, me quedé pegado a tu pie y me llevaste por tantos lados y conocí a tanta gente, y me sentí tan feliz por pertenecerte, aunque no lo mereciera.

Señor quédate conmigo hoy y siempre y seré un grano de arena feliz.

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