Cómo quisiera que mis palabras fueran mágicas, que transformaran a todos aquellos que las leen o las escuchan; pero la magia no es un don divino, de ahí que la magia sólo puede ilusionar al que careciendo de fe, busca mejorar su destino, escuchando o leyendo lo que desearía encontrar en el camino. Así es que el que tiene sed, y piensa encontrar un oasis en su desierto, pudiera sólo perecer, cuando se agote en su interior la última gota de la esperanza; pero el que va más allá de la ilusión, y entrega su corazón a la palabra de quien, más que ser su guía, es su Creador, así caminara sobre ríos de lava, sentiría la frescura del alivio que le proporciona la fe.
Cuántos tropiezos Señor, y yo pensando que eran por culpa mía, no sabía que sólo era el instrumento de tu voluntad, para develar entre tanta oscuridad permisiva, la luz que se encontraba en el interior de las almas que te buscaban.
Señor, mi Dios, mi todo, si tú estás conmigo, quién podría estar contra mí, hasta la más fiera bestia que encontrara por los caminos torcidos, se calmaría a una palabra tuya, y sería su mansedumbre, la muestra de su bondad escondida, cuando su maldad se derrumbe.
Mi amigo, mi eterno amigo, mi hermano, mi más querido hermano, aún no suelto tu mano en los momentos más aciagos de mi vida, te siento, te escucho, te veo y sólo necesito para todo ello, la divina emoción que me causa el saber y el sentir que hay un Dios para el cual nada es imposible; hoy y siempre sólo necesito de mi fe, para vencer cualquier duda, cualquier mal pensamiento que cruce por mi mente; por eso, Jesús mío, cuantas veces me preguntes que sí creo en ti, mi respuesta será la misma; ¡Sí, sí creo que tú eres el Cristo, o Mesías, el Hijo de Dios vivo!
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