Nunca me había puesto a pensar, que te darías un tiempo junto a mí para recordar un breve pasaje de nuestro amor y gloria; y mira que no me falla la memoria, pero me gusta escucharlo de ti, de esos labios de antojo, de donde yo recojo cada palabra que decidiste compartir. Y sin enojo te digo, no porque mi historia sea diferente a la tuya, es que hablas tan poco de aquellos felices días, que un tiempo llegué a pensar, que todo fue como el inolvidable primer paso de unos niños curiosos, que teniendo tanta prisa por llegar al otro lado, allá, donde se construye el amor, una vez que empezaron a caminar, les dio por correr uno al lado del otro, para poder alcanzar lo que llamarían hogar, sin saber que el esplendoroso pasado, los iba alcanzar un día, y no porque fuera a convertirse en presente, sólo para sentar precedente como el glorioso antecedente, de lo que significó estar tan enamorados.

Y fue hoy precisamente, cuando encontré esa carta que guardaste con tanto celo, como queriendo ocultar lo mucho que me habías amado, y que por tener tanto miedo, te debatías entre tristeza y desconsuelo, sin saber que también tenía miedo; pero, fue más grande el anhelo de estar juntos por siempre, que hasta el cielo se puso a conspirar, para que un día llegáramos al altar y le dijéramos de frente y sin recelo, al Sacerdote que nos iba a casar: sí quiero.

Que alegría volver a ver a tu cara dibujar, esa sonrisa inocente, casi angelical, para tener muy presente momentos maravillosos que los años no han podido borrar.

Ella cerró sus ojos y en mi pecho se recargó, y en un momento de paz se durmió tan dulcemente y yo inmóvil, callado y sonriente, no la he de despertar, pues ella estará soñando con aquello que jamás podrá olvidar.

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