Es la palabra escrita, un tesoro para mí, y si de amor se trata, amarte podría para siempre, al encontrar y describir, que igual me amas tú en cada una de las palabras que tu corazón te dicta para mí.

Una carta pedirá con fervor una madre a su hijo, al verlo marcharse de la casa sin rumbo fijo, que se fue si voltear atrás, y sin dejar nada escrito, y en cada paso en la distancia se olvidó sin remordimiento alguno, del amor que le dio la vida como Dios así lo quiso.

Una carta le pediría el hijo al padre, al que su amor siempre aspiró, y que sin decir nada, un mal día y sin ningún motivo o explicación, se levantó y se fue a tomar el tren de la vida en la próxima estación, sin medir que en la ocasión, le rompería el corazón.

Una carta que explicara, a la mujer ilusionada, que por estar tan enamorada se entregó al hombre sin corazón, mismo, que iba ser la razón, de que se viera privada de la felicidad anhelada, que con tanta ilusión pensó encontrar, al formar un hogar, cegada por la pasión.

Un carta, o un escrito para el abuelo, que al paso del tiempo se siente vencido por la soledad tan odiada, y que depositó en los nietos la esperanza de sentirse acompañado, por alguien que lo amara cuando estuviera viejo y perdiendo la razón.

Una carta, más que una llamada, espera el amigo sincero y leal, que permaneció a nuestro lado evitándonos el mal, sanando las heridas del alma que se reciben por el desamor, por caer en la ilusión de quien ni a sí mismo se ama.

Una carta convertida en poema, dejando que hable el corazón, para no caer en la tentación de decir blasfemas, halagos hipócritas y falsas lamentaciones, que denoten la velada maldad que sin razón, llevamos todos los hombres por la desmedida ambición, de sentirnos superiores, cuando debemos privilegiar la humildad que nos hermana por amor.

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