Cuando me enteré de que habría puente largo, con motivo del día de los difuntos, no me quedó más remedio que reconocer el hecho que nuestras tradiciones traen siempre un valor agregado, para recuperar un poco nuestra tendencia depresiva; algunos de mis familiares y amigos dijeron: Qué bueno que tendremos más tiempo, para recordar a nuestros seres amados que han partido rumbo a la vida eterna; otros dijeron: Ya era tiempo para relajarnos un poco del estrés crónico que ocasiona la pandemia y sus efectos colaterales; la verdad yo pensé en ambas cosas, pero para ser sincero dije: En estos cuatro días buscaré la paz entre los vivos de mi familia; pero no contaba con que mi esposa y mis hijas tendrían un concurso de altares y que tal competencia me incluía a mí; por una parte como juez, por otra, como chofer para buscar en las diferentes tiendas de auto servicio todos aquellos detalles que hacen más vistoso esos verdaderos monumentos artesanales, que nos identifican como fieles guardianes de las tradiciones de nuestros ancestros, y que atraen la atención de los ciudadanos de en muchas partes del mundo. Pues bien, yo sé que en esta ocasión, me gané a pulso el título del Grinch de los altares, pero no me juzgue tan duramente, mi estimado lector, antes comprenda los motivos que cambiaron mi estado de ánimo y después, bueno, después tenga a bien tenerme misericordia. Todo empezó con el secreto, yo no sabía nada sobre el buen propósito de mi familia sobre el concurso mencionado, y cuando llegué a casa, el viernes pasado, después de un arduo día de trabajo, ya mi esposa tenía un proyecto que sería la envidia de cualquier artesano de clase mundial; tranquilo como soy, me disponía a quitar los zapatos que torturaron mis pies previamente, cuando ella evidenció su ansiedad por apurar las cosas, para que la llevara a comprar lo necesario para el arreglo del altar; situación que tomé con mucha calma e hice con agrado, pues aprovecharía para comprar algunas botanas y antojillos para retar a mi colitis y gastritis crónica, cuando acompañadas de una bebida espirituosa, poco a poco mis tensos músculos del cuello y espalda se relajaran tanto, como para desear escuchar el canto de los ángeles. Ambos salimos de las tiendas con sendas bolsas reciclables; llamándome la atención que mi mujer no me dijera nada por la adquisición de las frituras, aceitunas y semillas, el jocoque seco, el aromático queso añejo y demás antojos. En ese momento dije para mí: Seguramente ella se incorporará al festín, y por qué no, tal vez tenga la fortuna de ver el cielo y las estrellas y tener un romántico encuentro; más soñar no cuesta nada; mi amada esposa y mis hijas entablaron una serie de conferencias telefónicas, mientras yo servía en unos recipientes la variedad de botanas adquiridas, y le dije: te espero en el dormitorio para que te relajes un poco, mira todo lo que llevo para degustar, coloqué los antojos en un buró y preparé un par de bebidas, y me dispuse a esperar a mi conyugue, más como tardaba, no caí en la tentación de empezar a comer y beber, no señor, mi voluntad es férrea, me ayudé viendo televisión, pasaron los minutos y empecé a cabecear, y después ya no supe de mí, al despertar por la mañana no encontré rastros de mi pequeño festejo frustrado, todo estaba impecable, mi mujer dormía profundamente a mi lado, pero extrañado, le pregunté : Oye gorda, dónde quedó todo lo que preparé ayer por la noche. Ella contestó: No te preocupes mi amor, todo se aprovechó muy bien, eres un verdadero ángel, ese detallazo de preparar los alimentos y bebidas que más le gustaban a nuestros amados difuntos. Salí disparado a buscar el altar y efectivamente, nuestros amados difuntos, tenían la mesa servida, tomé una silla y me senté a contemplar aquel hermoso altar, y con todo respeto les dije: padre, suegro, suegra, tías y tíos, querido Toño, esperó que al terminar de tomar sus alimentos, me dejen un poquito, resulta que a los vivos también nos da hambre aunque sean días festivo.
¿Quién ganó el concurso de altares, no lo sé? Yo sólo fui un invitado inesperado.
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