Iba caminando por el área verde del módulo habitacional donde vivo, cuando un paseante me detuvo y me preguntó ¿Dónde dejó a sus pupilos? Pensé que era alguien que me conocía de cuando era facilitador de cátedra de una universidad privada; pero luego, el hombre aquél cuando observó mi contrariedad repuso:
– Me refiero a sus nietos, Sebastián y Emiliano de los que tanto habló en una época en sus escritos. Ah, mis adorados nietos _le dije_ pues ellos siguen creciendo y aunque ya no le es posible acompañarme en ocasiones, siguen caminando y viviendo intensamente sus propias experiencias; yo espero, que de aquellos valiosos encuentros, ellos hayan asimilado algunos consejos; por otro lado, seguimos amándonos, aunque a decir verdad, los cambio que han experimentado en su desarrollo intelectual han acercado más a Sebastián conmigo, quien ya es más maduro, pero abierto al expresar su afecto, en cambio Emiliano se ha vuelto más retraído, pero no deja de ser un niño ordenado, solidario y responsable.
– ¿Ahora camina solo? -preguntó mi interlocutor-.
De ninguna manera _le contesté_ yo nunca camino solo, refiriéndome al continuo diálogo interno que sostengo con aquella divina presencia que solamente los que tienen fe logran percibir.
Por cierto, platicaba con mi esposa del importante significado de tomar la mano a las personas que amamos, y no necesariamente me refiero a la familia consanguínea, me refiero a ese contacto cálido misericordioso que se da a través del contacto de la piel de las manos; sobre todo, cuando se percibe que existe esa imperiosa necesidad de estar cerca de alguien, que sin decir una palabra te hace sentir que está a tu lado.
Mi madre que cuenta ya con 88 años nos pide mucho que le tomemos la mano cuando está reposando en su cama, quiere sentirnos a todos sus hijos lo más cerca posible y dormir en la tranquilidad de que velamos su sueño.
Cuando tomo de la mano a mi esposa, me remonto a la época del noviazgo y siento cómo ambos nos transmitimos esa energía que emana de nuestros corazones y nos sigue uniendo como el primer día de nuestra comunión sacramental.
Cuando tomo de las manos a mis nietos pequeños les transmito esa seguridad que todo niño quiere experimentar en un entorno de incertidumbre.
Cuando mis nietos grandes me toman de la mano, me siento como el niño que va tomado de la mano de su padre.
Cuando Dios me toma de la mano mi corazón se llena de gozo y sé que con él siempre estaré seguro, viviendo esa paz que todos anhelamos.
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