Le comentaba a mi esposa María Elena, compañera solidaria del confinamiento, que antes de la pandemia, el tiempo para mí sólo era tiempo y como tal, lo percibía como una medida para organizar mis actividades diarias, pero ahora compruebo, que el tiempo es mucho más valioso, y el valor al que me refiero, está íntimamente ligado con mis emociones y a través de ellas, con el sentimiento de satisfacción que todo ser humano debe tener de estar viviendo plenamente, porque cuando se vive de conformidad con lo que se hace en la vida, no se requiere de pensar que todo tiene un principio y un fin, pues para los creyentes como yo, el fin es el principio de una vida nueva.

Esta pausa involuntaria, pero necesaria, y además vital, detuvo de golpe mi loca carrera por cumplir obsesivamente con todo aquello que concebía como indispensable para sentirme parte de una familia e integrado a una sociedad, pero tanto la familia, como la sociedad, igual detuvieron su propia carrera para preguntarse en primer término ¿Qué está pasando? y después ¿Cuándo terminará todo esto? Y de pronto, nadie estamos satisfechos con lo que está ocurriendo.

Mientras mantuve el ritmo acelerado en mi vida, la fatiga causada por tanto ajetreo, no me daba oportunidad de reconocer con plena conciencia lo que estaba pasando en mi cuerpo, en la vida de mi familia y en la sociedad, todo formaba parte de una rutina ejecutada en cinco pasos: Levantarse, alimentarse, trabajar, dormir y esperar ansiosamente la llegada de las vacaciones.

Al detenerme abruptamente, empecé a sentir la vulnerabilidad de mi cuerpo, y pude escuchar y atender sus necesidades; al detenerme, pude ver con claridad, que todos en mi familia estábamos envejeciendo, y que ahora nos necesitábamos más que nunca; al detenerme, me pude percatar también, que no éramos una sociedad valiente y preparada para todo, que solamente nos envalentonábamos cuando nos sentíamos respaldados por alguien que tuviese más poder que nosotros, y perdíamos dignidad al negociar nuestra voluntad, renunciando también a nuestro potencial y capacidad para servir con calidad y calidez a nuestra comunidad.

Muchos de nuestros sistemas se han ido cayendo como castillo de naipes, y aunque no podemos dejar de reconocer y honrar a muchos hombres y mujeres que se han mantenido firmes, ante la crisis generada por la pandemia, comprobamos con tristeza que la peor de las crisis ha quedado al descubierto, la crisis de los valores positivos, que son los que pudieron evitar tantas pérdidas humanas.

La educación y la salud seguirán siendo pilares fundamentales para el desarrollo armónico y sustentable de los pueblos, así como la familia es la célula básica de la sociedad; juntos estos tres elementos, integran el bienestar que tanto deseamos tener.

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