Quise atrapar lo segundos, y en un parpadeo, se esfumaron; me fui tras los minutos y estaban tan dispersos, que me fue imposible atraparlos; corrí tras las horas, pero habían perdido tanto peso, que tenía que juntar varias para sentirlas; entonces pensé, que sólo los días podrían servir para medir el tiempo, pero estos corrían aún más rápido, que terminaban por empalmarse y sólo se reconocían los lunes y los viernes; los fines de semana había perdido la ilusión y eran similares a las páginas de un libro aburrido, bastaba darle vuelta a la hoja, buscando cambiar de capítulo; los meses, todavía contaban, pero fluctuaban entre la melancolía y la desesperanza, y pensar en el fin de un año, ya no era una promesa para desfogar las frustraciones y fingir que nada pasaba, que todo era alegría, pues la vida se debatía entre la incertidumbre y la pobreza.

Mas, no soy yo el dueño del tiempo, sino una vida dentro de ese espacio, del entorno que me asignó el universo, que buscó una medida para organizar sus acciones, mismas, que antes se distribuían solamente, entre el día y la noche, despertando con los primeros rayos del sol, para activar mi energía y buscar el sustento, y con el último rayo del sol, regresar al aposento para ponerme en resguardo, en la seguridad de un hogar, para librarme del mal que asechaba en la oscuridad.

Hoy he decidido no perderme en la nada, hay tanto por qué vivir, tanto qué disfrutar, sólo tengo que sacar de mi mente, los pensamientos nefastos, que ha sembrado quien sintiéndose superior, reniega de la humanidad.

Hoy sólo pensaré en el amor, en esa herencia bendita que Dios me regaló para hacer el bien, y mientras él esté a mi lado, nada podrá vencer el legado de ser feliz, aunque no todo sea de mi total agrado.

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