“No vive el que no vive seguro…”

Francisco de Quevedo

Tuve la suerte de llegar a Tampico siendo un chaval. A los 12 años, mis padres decidieron, después de Río Bravo, dejar Veracruz y traer a la familia al bello sur de Tamaulipas.

El puerto fue desde mi arribo una experiencia singular: Llegué un lunes con mi hermano mayor y un primo poco antes de las 4 de la mañana; hora que en mi básico entender aún era de noche y por lo tanto destinada a dormir.

Me equivocaba de punta a punta. Me di cuenta cuando los mayores no quisieron llegar de inmediato a casa para que no los mandaran a trabajar al taller de un tío, así que me llevaron con ellos al kiosko de la Plaza de Armas a perder el tiempo.

Cualquiera, como este servidor, que no fuera lugareño pensaría que la ciudad estaría desolada a esa hora, pero por lo menos la zona centro bullía. La mayoría de las bancas estaban ocupadas, había dos restaurantes abiertos en el lugar –uno de ellos El Globito– y docenas de hombres y mujeres cruzaban el sitio platicando como si fuera el mediodía. Fue mi primera impresión de Tampico.

Los días subsecuentes me ofrecieron el resto del escenario cotidiano. En los frentes de las casas las familias platicaban en sus sillones de bejuco hasta las 2 o 3 de la mañana y por el calor casi todos dormían con la puerta abierta de par en par. No había nada que temer. Era Tampico, tierra de gente honesta.

¿A qué obedece esta remembranza?

Bueno, acabo de ver el resultado de una evaluación nacional sobre percepción positiva de seguridad pública, en donde esta tierra de Dios ocupa uno de los primeros lugares del país en ese sentido. En verdad me emociona.

Recordar esos viejos tiempos y ser testigo de los actuales es un timbre de orgullo. Lo es, porque me queda claro que por sobre la perversidad que sacude al país, mi querido puerto conserva en su gente sus valores históricos. Sólo cuando la honradez y la buena fe son valores fundamentales de la cultura social, puede lograrse que prevalezca la confianza en nuestros vecinos y autoridades.

Remato esta reflexión con un pasaje que se daba en familia cuando salíamos de viaje y al retornar a la tierra jaiba, una de mis tías no nos dejaba bajar del automóvil hasta que todos en coro, hacíamos lo que ella pedía:

¡Una porra para Tampico!

Décadas después, Tampico lo sigue mereciendo…

ALCALDES Y COMAPAS

Con seguridad usted ha leído, pronunciado o escuchado la vieja frase coloquial que a manera de refrán se aplica en México: A río revuelto, ganancia de pescadores.

Es precisamente ese juego de palabras lo que en muchos casos explica por qué casi la totalidad de las comisiones de agua potable en Tamaulipas son un rosario de anomalías que en la mayoría lindan en el terreno delictivo.

En el inducido y confuso manejo de esas oficinas se esconden trapacerías que han convertido a una cauda de gerentes y por ende a alcaldes, en millonarios de ocasión, confiados en que en esas virtuales torres de Babel nadie entiende cómo operan y sobreviven. Mientras más desorden exista, más probabilidades han tenido de llevar agua a su molino, casi siempre de manera impune.

En este escenario se entiende por qué el edil de Reynosa, Carlos “Makito” Peña ha llevado hasta el limbo judicial sus intentos por conservar el control de la Comapa de ese municipio. Son dos razones poderosas: Mantener ingresos ilegales y evitar dar con sus huesos en una celda.

Sí que está justificada su postura, ni quien lo dude…

X: @LABERINTOS_HOY