Aléjate tan suavemente de mi vida, que mis oídos no puedan escuchar la firmeza de tus pasos en tu triste partida; aléjate tan lentamente, que al pasar cerca de mí, aún pueda yo sentir la oleada de la enérgica vitalidad de tu niñez; aléjate cuando el sueño en mí sea tan pesado, que mis párpados no puedan resistir el natural abandono de tu paso a la adultez; aléjate cuando la vejez haya hecho de mi mente un naufragio, en la inmensidad de un mar que se pierde en el punto ciego de una isla abandonada; aléjate ahora que no puedo exigirte absolutamente nada.

Aléjate en el preciso instante en el que te estoy amando con cierta timidez y en la distancia, que de seguir a mi lado, no podría dejarte ir, porque te amaría tanto, que te pediría te quedaras para siempre junto a mí, porque conforme pasa el tiempo, has de saber que seré más dependiente y frágil, y no vaya a ser que un quebranto que asoma en la vejez, pueda atarte a mi vida provocando tu desgracia y tu llanto.

Aléjate y no voltees cuando te hayas marchado, pon singular distancia entre los dos, la misma que existía antes de que llegaras, antes de tener la dicha de que te presentaras en mi vida.

No quiero que pienses que esta petición desesperada, sale de mi corazón para no deberte nada, por el contrario, en deuda estoy contigo por quererme tanto, pero… es que has de saber, que cuando se llega a viejo, los abuelos nos resistimos a partir, por haber dejado el corazón a los nietos que queremos tanto.

Dedicado a todos los abuelos que aman a sus nietos.

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