Una de las claves fundamentales para comprender lo que es la política es observar su función de conector entre el Estado y la historia: quien interviene en política es alguien que queda sometido al rigor de la ciencia del poder, por lo que sus relaciones de primer grado –familiares, laborales o de amistad– quedan subordinadas a una férrea y desgarradora lógica instrumental que desborda al individuo y lo incrusta en la mecánica de configuración del Estado, donde precisamente se crea historia.
Esta es la razón por la cual el Estado es una figura trágica, que envuelve a las familias mediante un sistema complejo de lealtad (la lealtad a la patria, a la soberanía, a la ley) que subordina al sistema simple de lealtad (la lealtad a la familia o a los amigos), haciendo posible así la participación de hombres y mujeres en el acontecer de la historia.
Desde esta perspectiva, no puede haber manifestación más plena de la naturaleza trágica del Estado en el momento del envolvimiento de las familias y los individuos que la pérdida de un hijo por razones de tipo político, ya sea porque te lo mandan a la guerra como soldado (“mexicanos al grito de guerra”, “un soldado en cada hijo te dio”), ya sea porque muere en el combate político del tipo que sea.
Pues bien: Rosario Ibarra de Piedra es el ejemplo más palpable del testimonio del desgarramiento al que la historia, la política y el Estado –en el sentido dicho– pueden someter a un individuo, en este caso a una madre mexicana como ella, pues, como sabemos bien, su hijo, Jesús Piedra, desapareció en 1974 luego de haber sido detenido por las autoridades del gobierno mexicano y tras haber sido también acusado de pertenecer a una agrupación armada, la Liga Comunista 23 de septiembre.
Ahí está el encuadre trágico que supone el Estado como sistema que conecta a la historia con la política, y que en el caso de los Piedra Ibarra lo hizo por razones de causa política, una lucha social y un sistema de coordenadas muy concretas, las de la izquierda política mexicana de tercera generación (que es la de la revolución socialista, según hemos comentado aquí en otros artículos), y que de manera consciente asumieron el combate político y con el Estado para buscar su transformación según un sistema determinado de convicciones históricas, razón por la cual su figura y su ejemplo deben de ser consideradoscomo de los más estremecedores y dignos de que los mexicanos podamos tener registro.Hace unos días nada más falleció con 95 años, y escribo estas líneas en su memoria.
Rosario Ibarra fue una mujer, una madre, una luchadora social y una política incomparable y luminosa, que nos deja la certeza de que la dignidad humana no es algo que se nos conceda con facilidad o por gracia divina, sino que es algo que, como la libertad, se conquista mediante el esfuerzo, la consciencia y la determinación: la determinación de actuar en función de lo que creemos necesario hacer, y que es en el ámbito trágico de la política donde se plasma de manera más ambiciosa y firme. Fue alguien que, como Don Quijote, como Marx y como Gramsci, pero así también como Rosa Luxemburgo, o Elvia Carrillo Puerto o Juana de Arco, vivir es militar, es tomar partido, es no ser indiferente, es enderezar la cabeza y ponerla en alto para hacer sonar la voz individual y colectivamente, activando la voluntad de hombres y mujeres y levantarlos ya sea de su letargo o de su apatía, o para proyectar un horizonte que les permita insertar su vida en la ruta de una existencia apasionada; y eso, una existencia apasionada, es lo que a mí me deja en el recuerdo la figura y vida de Rosario Ibarra de Piedra: primera mujer candidata a la presidencia, fundadora del Comité ¡Eureka! para la localización de desaparecidos en los tiempos más oscuros del régimen político mexicano, y, si no recuerdo mal, la candidata por la que el hoy presidente López Obrador votó en la elección de 2018.
Rosario Ibarra de Piedra nació en Saltillo Coahuila, en febrero de 1927, y murió en la ciudad de Monterrey Nuevo León el pasado 16 de abril. Que bajo el cielo de México, encuentre paz quien por razones históricas y políticas tal vez no pudo volver a tenerla en vida luego de haber perdido a su hijo, pero que con su entereza y convicción nos deja el testimonio de una lucha y un carácter dignos de ser seguidos por generaciones enteras en los años y décadas por venir. Su lucha sigue particularmente vigente en el contexto de la zona metropolitana de Monterrey inmersa en una ola de desaparición de mujeres, mientras que, a nivel nacional, miles de personas desaparecidas son buscadas por sus seres queridos.
La autora es Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión