El tema de la educación técnica tiene implicaciones de fondo y de alcance filosófico. La supuesta separación entre teoría y práctica (que de alguna manera se asocia a la técnica) tiene su origen en Aristóteles, que consideró a la teoría como reflejo de la realidad.

Acaso sea ésta la concepción que está detrás de la correspondiente separación entre la “educación teórica” y la “educación técnica” o práctica, que ciertamente es inoperante a partir de la revolución teórico-científica de los siglos XVI y XVII, cuando los descubrimientos y teorizaciones que fueron de Copérnico a Newton fusionaron, por decirlo de algún modo, a la ciencia experimental con la teoría de una manera tan íntima que llevaron al mundo a la certeza de que no hay ciencia, por más práctica y aplicada que sea, sin teoría.

Esto no obstó para que siglos después dijera Carlos Marx, en su famosa tesis 11 sobre Feuerbach, que “hasta ahora los filósofos no han hecho más que interpretar al mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. La mente lúcida de Marx se daba cuenta de que la filosofía (es decir, la especulación puramente teórica) había sufrido un desfase como consecuencia del arrastre de la revolución industrial, que hizo de la técnica y la tecnología el criterio principal y subordinante de la economía, la cultura y el funcionamiento global de la sociedad.

El problema de bifurcación entre la cultura técnico-científica y la cultura humanística se mantuvo durante todo el siglo XX y de hecho llega hasta nosotros.  La educación técnica en México tiene también como antecedente el siglo XVIII, lo que implica que el abordaje de la cuestión de la separación entre la educación humanística y la técnica se desarrolla en el contexto de las reformas borbónicas, y por tanto en el momento de incorporación de Nueva España a la órbita de influencia francesa. Esa conexión con la tradición francesa se mantendría hasta llegar al modelo politécnico del IPN como proyecto educativo del nacionalismo revolucionario del general Cárdenas, que se opuso al humanístico-elitista de la Universidad Nacional (que dejaría de ser elitista a partir de la década de los 50 del siglo pasado), paso previo por el proyecto de la Escuela Nacional Preparatoria de Gabino Barreda.

Según los investigadores Eduardo Weiss y Enrique Bernal, en su despliegue a lo largo del tiempo la educación técnica se desdobla en dos modalidades principales: la de las escuelas de ingeniería y la de las de artes y oficios.

En la línea de la ingeniería, lo que primero aparece en México es el Real Seminario, y luego Colegio, de Minería, en 1792; luego de eso, ya en período propiamente independiente, se funda el Colegio Militar en 1822, que formaba a ingenieros especializados en mecánica bélica pero también en hidráulica y construcción; después, en la fase de restauración republicana, se crea la Escuela Nacional de Ingeniería en 1867, tradición que se prolonga hasta 1883, con la fundiación de la Escuela Especial de Ingenieros y la Escuela Práctica de Metalurgia y Labores de Minas (o Escuela Práctica de Minas) de Pachuca.

En la línea de las artes y oficios, lo que surgió fue la Escuela Nacional de Artes y Oficios en 1858, en donde se impartía la enseñanza inicial además de oficios específicos como los de herrería, carpintería, hojalatería, alfarería o sastrería, siendo así que para 1900 llegaron a haber este tipo de escuelas en ocho ciudades, aunque con una variedad de problemas que dificultaron su permanencia, hasta que en 1915 se transformó en la Escuela Práctica de Ingeniero Mecánicos e Ingenieros Electricistas, lo que supuso de alguna manera la fusión de la línea de las ingenierías con la línea de las artes y oficios.

Según Weiss y Bernal, y sin perjuicio de la relevancia que tuvo la creación de la Secretaría de Educación Pública por Vasconcelos en 1921, la educación técnica en el sentido que venimos comentando se consolida en realidad hasta la creación del Instituto Politécnico Nacional en 1936 como proyecto educativo por excelencia del general Lázaro Cárdenas, y que terminaría concentrando y aglutinando las instituciones hasta entonces existentes en función de tres niveles: prevocacional, vocacional y profesional, más un nivel adicional de enseñanzas especiales, siendo el profesional el más importante, desde luego, y que consta de la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica (ESIME), la Escuela Superior de Construcción y la Escuela Superior de Ciencias Económicas, Administrativas y Sociales, que actualmente es de Comercio y Administración.

En el ámbito privado, dos son las principales instituciones educativas de carácter técnico, que nacen característicamente en la década de los 40 del siglo pasado y no por casualidad, pues fueron una reacción directa a lo que se consideró como una radicalización excesiva del régimen cardenista: el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, de 1943, y el Instituto Tecnológico Autónomo de México, el ITAM, de 1946.

En mis próximos artículos, analizaré los dos principales modelos de escuela técnica, el francés y el alemán, para centrarme luego en los modelos de escuelas técnicas más idóneos para el futuro de México en general, y de Tamaulipas en particular, en homenaje al aniversario luctuso de mi abuelo, Juan Báez Guerra, cuyo nombre lleva el Centro de Bachillerato Tecnológico Agropecuario (CBTa 117) de Tula, Tamaulipas.

*La autora es Secretaria General de la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión