El día de ayer, mi siempre hermosa hija María Elena, comentó uno de mis artículos, y sus palabras me hicieron sentir satisfecho como padre, y orgulloso de la madurez que ella está alcanzando con la edad, sus palabras fueron las siguientes: “Le agradezco a Dios el poder contar contigo y tus sabios consejos!!! Te amo!” Satisfecho, porque mi hija me siente cerca, me ha permitido estar cerca de ella y escucha mis consejos que califica como sabios, pero que en realidad proceden del amor que le tengo y del sincero deseo de que siempre le vaya bien en la vida.

Este importante evento familiar, me recordó una acalorada discusión que tuve con mi hija hace años sobre la definición del amor, percibí que su concepto del amor en ella, en aquella edad, se limitaba solamente a la familia consanguínea y no así a otras personas, por ejemplo, a los amigos sólo se les podía querer, a otras personas como los maestros se les admiraba. Respetando su forma de pensar, yo le compartí mi sentir en cuanto al tema y le daba ejemplos, le decía: Yo amo a mi familia, pero también amo a mis amigos, pues no concibo una amistad sin amor, y amo también, a todo aquel que vea en el amor la única forma de sentirse parte de mi familia, aunque no sea consanguíneo. Todo lo bueno que deseo para mi familia lo deseo para mis amigos y para todas las personas que desean ser amadas. Afortunadamente con el paso de los años la definición del amor de mi hija ahora se traduce en entrega y renuncia, y al mencionar su gratitud por Dios, confirma mi testimonio, la sabiduría ha llegado a ella a través del amor que Dios tiene por todos nosotros.
Muchas personas temen amar porque se resisten a renunciar a sí mismas para darse a los demás.

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