Ayer tuve una experiencia extraordinaria, me permitió el Señor estar cerca de mis dos nietos mayores, de 13 y 15 años; pues sentía, que por el hecho de no poder estar juntos por tanto tiempo, con motivo de la pandemia, nuestra relación se estuviera deteriorando, pero cuál fue mi sorpresa, que ambos estuvieron muy contentos, así como yo lo estuve.

Los tres nos pusimos a filosofar sobre la vida en estos tiempos de pandemia; los dos mostraron sentimientos de tristeza y nostalgia; en momentos, su pensamiento se ausentaba, tal vez evocando algún recuerdo del ayer, y aseguraron que extrañaban algunas actividades que realizábamos juntos, pero sobre todo, extrañaban el contacto con familiares y amigos. Les pregunté si había llegado a ellos la cuestión de saber quiénes eran y cuál era su mayor anhelo en este momento.

El más chico dijo, que él en ocasiones, no sabía quién era y mucho menos, qué era lo que quería; el mayor con mucha seguridad dijo su nombre y su deseo; después de un rato, el mayor de mis nietos se disculpó y se fue a atender un asunto personal, y yo me quedé con menor, él me preguntó si yo me había sentido igual, en algún momento de mi vida y le contesté afirmativamente, le comenté, que cuando tenía su edad me hice por segunda vez la pregunta de ¿quién era yo?, porque la primera vez fue a muy temprana edad, cuando me asaltó un sentimiento de orfandad, y que posteriormente, cada vez que me asaltaba el mismo sentimiento, regresaba ese cuestionamiento a mi vida. ¿Y a qué conclusión has llegado abuelo? La verdad, tardé un poco en comprender que el hecho de no saber quién se es, no tenía nada que ver con mi identidad como persona, pero cuando mi mente se fue aclarando, me percaté de quién en realidad no era. Mi nieto se mostró confundido y me pidió fuera más claro en mis respuestas; entonces continué respondiendo la pregunta ¿Quién no soy? y le dije: Yo no soy una mala persona, no me gusta dañar a mi prójimo, ni me agrada hacerme daño a mí mismo, no me gusta ofender a nadie, no me gusta ser mal agradecido, ni me agrada tomar las cosas ajenas, no me gusta ser grosero e irrespetuoso con ninguna persona, sea menor o mayor de edad, no me agrada ser irresponsable, no me gusta la violencia, no me agradan las drogas, no me gusta humillar, ni abusar de nadie, no me gusta faltar a mi trabajo, ni me gusta engañar a nadie. Todo esto que sé que no me gusta, me dio la oportunidad de saber quién soy.

Entonces ¿Quién eres? Yo soy una persona que busca hacer el bien, me gusta cumplir con mis obligaciones, me gusta respetar a mis semejantes, me gusta decir la verdad, me gusta hacer feliz a las personas, me gusta compartir lo que sé y lo que tengo, me gusta repartir amor entre la gente; me gusta reconocer en mí el potencial para poder hacer y lograr todo aquello que deseo y está dentro de la armonía, la equidad y la justicia terrena, me gusta ser humilde y misericordioso, me gusta mi trabajo y trabajar con alegría, me gusta ser agradecido con los que me dan y los que me quitan, porque de ambos aprendo cosas para ser mejor persona. Oye abuelo, y por qué si ya sabes quién eres, de pronto vuelves a hacerte la pregunta ¿Quién soy? Bueno, lo hago para que no se me olvide y con ello volteo la mirada al cielo e inmediatamente me responde Dios: Yo sé quién eres y yo estoy aquí y estaré contigo hasta al fin del mundo.

Cuando te vuelvas a hacer la pregunta de quién eres, mira al cielo y después mira a tu alrededor, ve a tus padres, a tus hermanos, a tus abuelos, ve también a tus amigos, incluso a los que pudieses pensar que no te quieren, Dios los ha puesto ahí para demostrarte su amor y hacerte saber lo mucho que posees y que nunca estas solo.

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