Presencio, escucho y en ocasione hasta siento que las toco, las generosas muestras de solidaridad, apoyo y ayuda material a México, de prácticamente toda la comunidad mundial, tras los dolorosos efectos en decenas de miles de paisanos, de los huracanes y los sismos.

“Se me enchina el cuero”, decíamos en los años escolares de la infancia, cuando la emoción nos embargaba y nos hacía estremecer ante una escena o hecho que nos erizaba la piel. Gracias a Dios, conservo esa sensación. Es tan refrescante emocionalmente que me hace sentir vivo.

Sí, es una bella experiencia. Y frente a ella, en esa eterna lucha del bien contra el mal, aparecen las caras ácidas, las repudiables, que me impulsan a lanzar una pregunta:

¿Qué diablos nos pasa?

Disculpe el cuestionamiento abrupto y quizás hasta descortés, pero en verdad no entiendo que nos sucede a los mexicanos.

Estamos envueltos en un mar de llanto y desgracias generalizadas y en medio de un escenario digno de alguno de los infiernos de Dante.

En ese drama millones de personas –¡Gracias! – nos brindan un abrazo fraternal, comparten nuestras debilidades y se sumar al esfuerzo de reparar el enorme daño de la naturaleza. ¿Y qué hacemos muchos de nosotros?

Se lo diré, con un inevitable tono de amargura:

Nos dedicamos a insultar, a deslegitimar, a satanizar y hasta a lanzar burlas crueles. Lance una ojeada para comprobarlo:

Si un gobernador se moviliza para ayudar, es porque quiere tomar los apoyos como botín y no valoramos los operativos de auxilio; si el Presidente Enrique Peña se equivoca en una frase perdemos el tiempo en videos estúpidos en lugar de ponderar que esté ahí, tomando decisiones, en el lugar de la catástrofe; si hubo un error en la Marina Armada en un inexistente rescate los tratamos como sirvientes de una televisora, en vez de aplaudirles y besarles las manos por arriesgar sus vidas entre los escombros; si la señora Angélica Rivera aparece en una acción de solidaridad es porque quiere lucirse y si no se encuentra en otro lugar porque no puede partirse en dos, es porque no le importa el dolor del pueblo.

Son los mismos que repudian a las instituciones y quieren que éstas no metan las manos en el rescate, pero que no tienen ni la mínima idea del caos que sería tratar de ayudar a nuestros hermanos sin los cauces gubernamentales.

Demonios, ¿No pueden por un momento hacer a un lado sus fanatismos partidistas, sus agravios personales, su enfermizo odio por cualquier administración pública o su obsesión por desprestigiar a quienes no son de su gracia?

Basta, por el amor de Dios. Guarden por unos días sus rencores y sus abusos en las redes sociales. Ya tendrán tiempo suficiente para exhibir esas miserias morales y mostrarles a propios y a extraños que es más fácil difamar que razonar.

Enferma el asomarse a las redes sociales para buscar reportes de familiares, de situaciones de riesgo, de canales para seguir ayudando y en lugar de eso toparnos a boca de jarro con insultos, desahogos intestinales, exaltación de errores, burlas hirientes, siembra de sospechas y toda la larga cauda de males que se puedan imaginar.

Por supuesto que hay muchas autoridades, malos empresarios o simples ciudadanos sin alma que merecen el repudio social, por supuesto que hay quienes medran material o políticamente en este tipo de circunstancias, pero concedámosles un respiro a las víctimas de las tragedias que hoy sacuden al país y dediquemos nuestra imaginación a auxiliarlos.

Lo necesitan. En verdad lo necesitan…

LA FRASE DE HOY

“Pues hemos nacido para colaborar, al igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes, superiores e inferiores. Obrar, pues, como adversarios los unos de los otros es contrario a la naturaleza…”
Marco Aurelio

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