Cuando en el Congreso de la Unión se decidió que la mejor forma de elegir a los nuevos jueces, magistrados y ministros como resultado de la Reforma al Poder Judicial Federal era mediante el voto popular, los legisladores aseguraron que una de las características de la elección sería que fuera apartidista, lo cual no sucedió.

Y es que las últimas acciones en torno a la elección dejan claro que aunque la ley lo prohibió, los partidos políticos se metieron en ella, lo han hecho de diferentes maneras, desde impulsar a personajes afines para que se convirtieran en candidatos y candidatas, hasta apoyarlos territorialmente durante las campañas.

Pero la más reciente y la más vistosa también, es el llamado público que ha hecho  a votar y a no votar, ésto por parte de los legisladores oficialistas y opositores respectivamente, porque así conviene a sus intereses.

Pues mientras los liderazgos panistas y priistas llaman a no acudir a las urnas, pues de hacerlo sería prestarse a validar un proceso electoral, que desde sus orígenes estuvo viciado y tendencioso hacia el gobierno.

Los legisladores morenistas y sus aliados, el Partido del Trabajo y  el Partido Verde, han llamado al voto ciudadano, para cumplir con la responsabilidad democrática, pero en el fondo es un llamado a validar la elección que ellos aprobaron por mayoría.

Es decir, una acción, la decisión de los ciudadanos de elegir a quienes impartirán la justicia en nuestro país que debería de ser apartidista porque así lo prometieron y legalmente así está establecido. Se volvió mediáticamente partidista, catalogando en automático a quienes vayan a votar como pro morenistas y a quienes no lo hagan como opositores, cuando eso no es totalmente así.

Si bien es cierto, que pecaríamos de inocentes de pensar que no va a haber movilización o acarreo para votar, como en toda elección tradicional. También es cierto que muchos otros acudiremos a votar por convicción, por elegir o tratar de elegir a quienes consideramos los mejores, más allá de que coincidamos o no, con que una elección abierta es la mejor manera de seleccionar a las y los que imparten justicia.

Quienes rechazan la elección, la oposición, desean que la participación ciudadana sea mínima, si es posible a un sólo dígito. Mientras que los oficialistas esperan que por lo menos alcance un 20 por ciento del padrón electoral, lo que equivaldría a 20 millones de mexicanos, un número importante pese a que sólo sería una quinta parte del total de probables votantes.

Pese a lo confuso del sistema, en unos días millones acudiremos a las urnas a votar, no para validar o no al partido político en el poder, sino porque realmente creemos que nuestro voto vale y que por quien votemos vale la pena de que ocupe un cargo en el sistema judicial federal o estatal. Ya sea porque son nuestros familiares, amigos, conocidos o simplemente porque los conocimos durante la campaña y nos cayeron bien.

Vamos a participar en una elección, donde aunque no hay colores ni logos de partidos políticos, ya está marcada por un sello político, no porque los ciudadanos quisiéramos, sino porque los propios partidos desearon que fuera así. Por eso sólo nos queda decir, ¡pues no que era apartidista!

 

¿ALGUNA VEZ APRENDEREMOS?

Desde hace mucho tiempo la humanidad no está bien, en México llevamos más de una década padeciendo de una violencia que ha ensangrentado al país, separando familias, destruyendo comunidades y provocando que miles dejen sus hogares.

El ejemplo más reciente y cercano, la desaparición y asesinato de cinco jóvenes músicos en Reynosa el pasado fin de semana. Un acto que nos deja muchas preguntas sin respuestas.

¿Por qué privar de la vida a jóvenes? ¿Por qué provocar ese dolor a sus seres queridos? ¿Hay razones que lo justifiquen? ¿Qué hacen las autoridades para evitar eso y garantizar el derecho a  la seguridad, a vivir, derecho que todos tenemos simplemente por existir.

Mientras que en el mundo continúan las guerras, en donde siempre los que más sufren son los más desprotegidos, las familias, las mujeres, los niños, los inocentes. Inocentes cuyo único pecado fue nacer en un territorio que ha vivido enfrentamientos históricos entre sus habitantes por considerar que tiene el derecho divino a gobernarlo, como es el caso de Palestina.

Pues el exterminio que hace el gobierno israelí contra el pueblo palestino justificando que sólo busca destruir a Hamas no tiene nombre. Ya que ataca espacios civiles como hospitales y escuelas, asegurando que son utilizadas como bases de operación de los terroristas.

Después de los últimos ataques a franja de Gaza y la prohibición de Israel de que ingrese ayuda humanitaria para miles de personas que están sufriendo por la guerra. El mensaje del embajador palestino en la ONU ha dado la vuelta al mundo, no por la exigencia de una razón más que justa, sino por la forma en que lo expresó, en donde una mezcla de emociones y sentimientos explotaron, mostrando una escena sumamente impactante con el llanto de impotencia del diplomático.

“Los niños mueren de hambre. Las imágenes de madres abrazando sus cuerpos inmóviles, acariciándoles el pelo, hablándoles, disculpándose. ¡Es insoportable! ¿Cómo alguien puede tolerar este horror?” dijo textualmente en medio del dolor que le causa el sufrimiento su pueblo.

Palabras que debieron calar hondo, digo debieron, porque lamentablemente para quienes tienen el poder de detener no la guerra, sino la masacre “justificada” que está encabezando Benjamín Netanyahu no significa nada. Y ninguna de las tres superpotencias que realmente tienen el poder de evitar esta tragedia hace lo suficiente para detenerla.

Pasan años, décadas, siglos y civilizaciones por el mundo y seguimos sin verdaderamente entender, el terrible daño que el ser humano le hace al propio ser humano. Sin entender que luchar por territorio, recursos naturales, creencias políticas e ideológicas, incluso por el propio poder, lo único que ha ocasionado es la muerte y sufrimiento para nuestros iguales.

Alguna vez ¿lo aprenderemos o nuestro destino siempre será hacernos daño?

 

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