Recibir la mirada de los ojos de la misericordia de la inocencia, en el preciso momento, cuando lo divino entra a tu ser, para acceder a tu corazón, para hablarle a tu espíritu, y genera un sublime sentimiento que libera el gozo convertido en lágrimas, es una señal indiscutible que el Señor está contigo.
Escuchar los latidos del corazón, de quien pide compasión, para acallar las voces que mortifican su alma, es una señal de que Dios está contigo.
Caminar sin esperar encontrar lo que buscas con desesperación, cuando la desilusión amenaza con llevarte a los extremos que ahogan la luz que ilumina tu vida, es una señal de que Jesús está contigo.
Expresar lo que nunca creíste poder decir, en los momentos en los que alguien en terrible confusión, no puede concebir que en su corazón aún exista la fe, que piensa perdió, cuando se dejó llevar por el dolor de sentirse desposeído de lo que nadie jamás le arrebató. Yo te digo que el poder del Espíritu Santo está contigo.
Él te vio con los ojos de misericordia de un niño, con la pureza de la inocencia sanadora que te anuncia que no estás solo. Él te escuchó sin la necesidad de que saliera de tus labios una sola palabra y estuvo a tu lado para ayudarte con el pesado yugo de tu amargura.
Él caminó a tu lado, para que no cayeras de nuevo en la decepción de la incredulidad y de la ignorancia, y habló con sabiduría a tu consternado corazón, para liberarlo de la orfandad a la que lo habías condenado.
Él puso en tus labios las mejores palabras, las de mayor sencillez y claridad para que pudieras escuchar que aún puedes sanar la herida que no deja de sangrar.
Yo te digo y te aseguro, que Él estuvo aquí, y que fui testigo de que te invitó a cambiar para tu bien, y para alcanzar la salvación de tu alma, para que pudieras apreciar en toda su dimensión, el valor de la vida que te obsequió con tanto amor, recordándote, que te dio el don de la vida y a Él regresarás cuando así lo disponga.

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