Corría 1979.

En un restaurante de mariscos en el poblado Mata Redonda del municipio de Pueblo Viejo, en la margen del río Pánuco, dos gobernadores terminaban una jornada de acuerdos entre Tamaulipas y Veracruz.

El tamaulipeco, Enrique Cárdenas González; el veracruzano, Rafael Hernández Ochoa. Los dos estaban a punto de concluir sus respectivos mandatos.

En una de las mesas, un grupo de reporteros –entre ellos un servidor que daba sus primeros pasos en el oficio– platicaba de los pormenores de la jornada, mientras no dejaban de mirar a un par de tipos vestidos con guayaberas y sombreros de palma, de mirada torva y aspecto patibulario, que a distancia vigilaban a Hernández Ochoa.

–Son sus guardaespaldas, nos dijo alguien de la comitiva jarocha,

Uno de los periodistas se animó e invitó a la pareja a la mesa, “a echarse un refresco” y para sorpresa nuestra, uno aceptó.

El sujeto se sentó y empezamos a charlar. Entre uno y otro comentario, un compañero de El Mundo no se aguantó y le preguntó: “Oiga, usted debe tener muy buena puntería…¿es muy difícil atinarle a un cristiano?

El hombre arrugó el entrecejo pero contestó, poniendo sobre la mesa la pistola que escondía bajo la guayabera. Nunca olvidaré su respuesta.

–Mira, oon esta cosa solamente le jalas pintando una “x”. Y por lo menos una le pega…”

Escalofriante, pero usted se preguntará a qué obedece relatar esta anécdota, tétrica pero real. Lo explicaré.

En los días cercanos, ha sido evidente el alud de acusaciones que la justicia federal ha lanzado sobre el gobernador Francisco García Cabeza de Vaca. La verdad ya perdí la noción de su número y variedad, son tantos y diferentes los cargos que resulta difícil saber dónde termina uno y empieza el otro. Por lo menos para un ciudadano lego como el que escribe estas líneas.

Es precisamente esa nube de señalamientos penales la que despierta mi curiosidad sobre cuántos y cuáles de ellos son los que verdaderamente tienen sustento para lograr el objetivo de la Fiscalía General de la República. Es decir, cuáles son los sólidos y cuáles pueden ser los de “acompañamiento”.

Este escenario es el que me hace recordar el pasaje del guardaespaldas de Rafael Hernández Ochoa. Pareciera que en forma similar a como decía él que actuaba, lo está haciendo la investigación federal, por lo que saltan con fuerza propia dos preguntas:

¿Acaso la FGR está “disparando” las acusaciones en “x”, confiando en que alguna le pegará al candidato a convertirse en indiciado?… son tantas, que necesariamente una de ellas le debería hacer mella, aunque el problema es que no garantizaría el daño del impacto.

¿No sería mejor para la Fiscalía escombrar en ese mar de legajos, hacer a un lado lo que pudiera ser paja y concentrarse en uno, dos o tres que realmente puedan ayudarle a instrumentar un juicio?

Digo, si es que los tienen…

PALOMA Y LA OPORTUNIDAD

En la política, como en casi todo en la vida, la oportunidad es el mayor valor que existe. Se pueden tener las mejores ideas, pero si no se aplican en el tiempo exacto servirán para nada. Se puede ser el mejor de los prospectos, pero si no es lanzado en el momento oportuno pasará inadvertido o será mal valorado.

En un escenario así, llega Paloma Guillén a la candidatura del PRI para la presidencia municipal de Tampico. En plenitud de facultades, pero lamentablemente en el momento equivocado.

No tengo ni la menor duda de que Paloma sería una extraordinaria alcaldesa. Ama a su terruño y conoce a la perfección sus debilidades y fortalezas, pero insisto, no es el momento oportuno.

Para infortunio de ella y de su partido el PRI, el edil actual, Jesús Nader, se ha convertido en una fuerza que no admite contrincantes. Ha hecho un encomiable papel y los tres años que está en camino de completar conforman su mejor campaña para ser reelecto. Sólo una catástrofe evitará que sume un trienio más.

Mi respeto y admiración para Paloma.

¡Qué buena alcaldesa sería!…

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