Encuentra el milagro, de la paz que existe en el vaivén de una hoja que aferrada a la vida, no quiere decir adiós a la acostumbrada caricia del roce del viento, a los cálidos rayos del sol que la abrillantan, para que exhiba la gracia del verde natural que la engalana, que se resiste a perder el sutil baño del rocío de las primeras horas de la mañana, que presuroso anuncia la llegada del otoño y anticipa la próxima llegada del invierno.
Suma a tu pérdida o fracaso las buenas cosas que has dejado escapar, por no parecerte hermosas, por ser tan simples y poco luminosas y que no merecieron que detuvieras tu paso acelerado por la vida, mucho menos una de tus miradas curiosas o desconfiadas, para tomar de tu tiempo la mínima medida para encontrar la magia en las pequeñas cosas.
Encuentra en la oscuridad de tu conciencia, la causa del remordimiento por no haber dicho aquellas palabras de aliento para aquellos, que sintiéndose queridos, nunca viste como amigos y sí como un motivo para hacerte feliz cuando luchabas por tener presencia en un mundo de apariencias.
Busca en lo que aún te queda por vivir, aquello que debiste hacer en su momento y dejaste para después, pensando que te sobraba tiempo, persiguiendo ideales ilusorios que te harían feliz y sólo causaban tristeza y desaliento, pero no te hacían desistir, aunque equivocado estuviera el pensamiento.
Busca eso que te inquieta, no tengas miedo, y si has de arrepentirte de algo, hazlo hoy, que aquél que de corazón implora a Dios su favor, para cambiar de rumbo, encontrará en la oración el milagro que no pidió en su momento y lo obtendrá ahora.
“Pedid y se os dará: buscad, y hallaréis: llamad, y os abrirán. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y el que llama, se le abrirá” (Mt 7:7-8)
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