En ocasiones me enojo conmigo mismo, me reprocho actitudes negativas, comportamientos incorrectos, pensamientos indebidos, y también me reprocho el pecar por omisión; cuando esto me ocurre, suelo ponerme a meditar para saber el porqué de mi enojo, la verdad, me duele reconocer que todo se debe al hecho de ceder mi voluntad de decisión a otras personas, grupos o movimientos sociales, y pienso que lo hago por comodidad, por no ir contra la corriente, como suele decirse, tal vez por apatía o por flojera; y cuando caigo en esa entrega inconsciente de no reconocer el valor de mis ideas, de mis palabras, de mi libertad para expresar lo que verdaderamente siento, me lo reprocho tanto y me avergüenzo por dar la apariencia de ser débil, cuando en realidad soy fuerte. Pero no siempre he sido así, a muy temprana edad, me di cuenta que era diferente a muchas personas, difícilmente seguía a aquellos, que tratando de imitar a los demás, hacían lo mismo aunque no estuviera bien, aunque ellos argumentaban que estaban en su derecho de enfrentarse a los demás, porque aseguraban les habían arrebatado algo, y cuando les preguntaba qué les arrebataron, se encogían de hombros y solían decir: No sé qué, pero algo me arrebataron. Escuchar esas confesiones no me convencía de hacer lo que ellos hacían, así es que terminé por alejarme de aquello en lo que no creía, más no de las personas a las que consentía eran mis amigos, a pesar de tener pensamientos e ideas diferentes, desde luego, que aquellos que no estaban de acuerdo con la vida, y que parecían ser los más, porque hacían mucho ruido; al ir madurando con el tiempo, se daban cuenta del error que habían cometido y no deseaban para su descendencia, el falso entorno de luchar por las ideas de otros, por haber abandonado las suyas, en un momento en el que resultamos fácilmente vulnerables y que es aprovechado por quienes buscan sólo concretar un sueño, un ideal que les fue sembrado igualmente, cuando se sintieron rechazados, huérfanos socialmente e incluso culpaban a la patria suya de ser el peor lugar para vivir, porque en la patria reconocían, no sólo el suelo en el que habitaban, sino a la gente como debe de ser, ciudadanos amantes de la armonía, de la paz, a los que calificaron como cobardes, después de que muchos de ellos tenían en su haber, familiares de hombres y mujeres que habían perdido la vida buscando heredar a sus descendientes una patria independiente, soberana, y viva.

Sí, ha habido muchas situaciones vergonzosas en nuestra historia, no siempre se peleaba por un ideal de un grupo o de una persona en particular, se peleaba para tener un pedazo de tierra, se peleaba por comida, por las oportunidades para mejorar, pero sin la necesidad de seguir siendo esclavos de aquellos que siempre han pensado que los mexicanos necesitamos de alguien más, para saber lo que es bueno para nosotros.

En ocasiones me enojo conmigo mismo y así debe ser, no tengo por qué enojarme por los demás, ni con los demás, yo los concibo como hermanos, como compatriotas, como seres humanos pensantes, que como yo, ya no quieren más de los mismo, quieren ser libres para tomar decisiones conscientes, inteligentes, no ser impulsados por la ira de nadie, por los rencores o la venganza; en México todos tenemos cabida como ciudadanos, y lo primero que debemos de cuidar es nuestra soberanía, nuestra libertad. Cuidemos nuestro país, porque es la única herencia que les podemos dejar a nuestros hijos.

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