En verdad, no sé cómo definir esta situación.
Se me ocurren los términos abuso de poder, explotación, discriminación y desvergüenza, entre otros más por el estilo.
Tiene origen este enojo.
Ayer, el Secretario de Educación Pública en el Estado, Mario Gómez Monroy, estrenó su aún fresco nombramiento oficial en esa encomienda –era el encargado del despacho– con el anuncio de que aplicará en esa área un programa de austeridad. Usted sabe, el término está de moda.
Nada malo habría en buscar opciones para el ahorro en el quehacer público, si como la teoría consigna el objetivo fuera precisamente evitar gastos superfluos para destinar ese dinero a lo necesario y hasta a lo indispensable. Caray, hasta reconocimientos merecería el funcionario señalado.
¡Qué lejos está de eso la disposición del señor Gómez!
Conforme a lo hecho público por este –se supone que lo es– servidor público, a 160 empleados les arrebataron en una primera etapa de ese plan un ingreso que la gran mayoría de esos trabajadores se gana a pulso. Compensación, le llaman, entregada para en esos casos medio dignificar el raquítico salario que reciben en el trabajo gubernamental y por el cual casi todos son obligados a permanecer hasta 12 horas en las oficinas.
Casi con un tufo de magnanimidad, el Secretario apuntó que no habrá despidos y que el retiro de ese apoyo será del 50, del 80 y en algunos casos hasta del 100 por ciento. A manera de proeza financiera, estimó en alrededor de 700 mil pesos el futuro ahorro para las arcas de esa área. Hombre, aplausos por favor.
La tragedia financiera para esos 160 empleados es fácil de imaginar, porque aunque la mayoría percibe 3 mil, 4 mil y los afortunados 5 mil pesos al mes adicionales, esas cantidades que a sus jefes les parece mucho y sirven para muy poco, significan la diferencia entre sobrevivir o ser candidato a la pobreza.
En un contexto similar, un viejo amigo acostumbra decir que para que alguien disfrute, otro tiene que sufrir. Así debería ser, si ese dinero se canaliza a acciones benéficas para la colectividad o mejor aún, si a todos se les mide incluyendo al propio Mario Gómez, con el mismo rasero en seguimiento de la vieja y coloquial frase de “o todos coludos o todos rabones”.
Pero la terca realidad echa a la basura esa posibilidad.
Le diré por qué.
El mandamás de la SET se cubrió de gloria al agregar que en una segunda etapa –se cuidó de decir cuándo sucederá eso– les tocará el turno de “sufrir” una reducción en sus respectivas compensaciones a los mandos de la Secretaría. Es decir, al titular, a sus subsecretarios y a los directores generales. Los meros chipocludos pues.
¿Será ese recorte del 50, del 80 o del 100 por ciento en algunos casos?
La respuesta daría risa, si no fuera por lo dramática.
Desde el mero jefe hasta donde alcanza ese círculo dorado de “mandos” como él lo denomina, el bajón será sólo del 10 al 15 por ciento. Sí, mucho menor al aplicado a los 160 empleados de trinchera.
Pero no es eso todo lo que causa la molestia mencionada en el inicio de estas líneas.
Es la salvaje diferencia entre el monto de las compensaciones que recibe el Secretario y su gabinete. Quizás me quedo corto, pero son partidas reservadas que van desde los 150 mil pesos a los 80 mil, para exhibir una paradoja perversa resumida en una frase: A mayor sueldo, menor reducción del mismo.
Como dice el popular columnista Catón: Hágame el refabrón cabor.
Así, mientras 160 trabajadores, muchos de los cuales tendrán que aguantar, porque no les queda otra, el retiro de ese apoyo en que se les irá casi la vida, los “mandos” de la SET apenas resentirán la austeridad aludida al ver descender sus ingresos a 135 mil, 100 mil o en el peor de los casos a 60 mil pesos cada mes.
Que tal. ¿Hay motivo o no hay motivo para el enojo?…

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