En aquellos días era muy común que, al atardecer, después de hacer las tareas escolares, saliéramos a la calle a jugar con los niños del vecindario. Corríamos sin parar en un espacio reservado exclusivamente para nosotros, sin los riesgos que implicaba el transitar de los carros. Una pelota pequeña, era suficiente para mantenernos ocupados durante varias horas, porque con ella inventábamos mil formas de organizar las másvariadas competencias, y curiosamente siendo en su mayoría mujeres, no figuraba entre ellas el futbol.
Y mientras nos divertíamos, en la puerta de nuestras casas veíamos a nuestras madres tejiendo o bordando,o participando de pequeñas tertulias que las distraían de la rutina.
Esta imagen de verlas relajadas, divertidas, riendo o concentradas en sus tareas manuales, disfrutando de reojo de los juegos de sus pequeños, me llevó a la reflexión sobre cómo han cambiado los tiempos.
En aquellos años de mi infancia no había televisión para distraernos de nuestros juegos callejeros, ni para enajenar a nuestras madres con sus telenovelas, haciéndolas llorar penas ajenas; apenas si se escuchaba la radio con sus inolvidables subidas y bajadas de volumen cuando se iba la onda y mucho menos había celulares que permitieran chatear con los amigos.
No. Aunque parezca mentira, en los años 60’s del siglo pasado, la vida de aquellos niños no tenía nada que ver con el mundo de hoy, ni tampoco la de las mujeres.
No, en aquellos años en nuestro entorno no había máquinas para lavar la ropa. Había que usar agua y jabón y con el esfuerzo de las manos tallar, entre otras,la ropa sucia de los hijos que jugaban en medio de la tierra.
Tampoco había estufa de gas, ni tortillerías que vendieran su producto terminado. No. Había que prender el fuego para cocinar los alimentos y hacer las tortillas en casa amasando la masa sobre el metate, para que estuvieran listas para cuando llegáramos de la escuela hambrientos.
No. Tampoco había una licuadora que con un botón moliera rápidamente el recaudo de los guisos, y para las salsas había que tatemar los jitomates, el chile y el ajo en el comal, para luego martajarla en el molcajete,para que tuviera ese sabor delicioso que aún hoy en día se añora.
En fin, nuestras madres, a pesar de no contar con todos los enceres domésticos que ha desarrolado la tecnología moderna, y dedicar la mayor parte de su tiempo a jornadas agotadoras de trabajo doméstico, se daban tiempo para distraerse, para relajarse, para convivir con sus hijos y con sus vecinas, para descansar el alma haciendo manualidades que brindaban un alivio terapéutico a todos sus afanes.
Me cuestiono, al ver a la mujer de ahora viviendo siempre de prisa, cargando a cuestas en muchos casos dos jornadas laborales, ¿cómo termina su día?, ¿de dónde saca fuerzas para atender a sus pequeños y a su hogar, cuando sus energías se han agotado al cumplir,no con una, sino con muchas tareas, multiplicadas ahora, con su responsabilidad de sacar adelante un compromiso de trabajo que le exige competitividad y eficiencia?
¿Cómo equilibra su carácter para sobrellevar el estrés que implica la exigencia de dar resultados en su rol de profesionista, ejecutiva o para cumplir con un empleo que requiere de su tiempo, concentración y empeño? ¿Cómo sobrelleva los contratiempos que derivan de la convivencia con jefes o subalternos, simples compañeros, clientes o vendedores?
¿Cómo supera ese llegar a casa cansada y con una enorme lista de quehaceres que atender?
Si apenas abrir la puerta, está pendiente la lavadora o acomodar la ropa de la secadora, apoyar las tareas escolares, bañar, alimentar y dormir a los pequeños, revisar las cuentas y programar los pagos pendientes, preparar la comida del día siguiente, eso si se cuenta con el auxilio de una persona que haga las tareas básicas del aseo en el hogar.
A diferencia del hombre que tradicionalmente salía a trabajar y se desentendía de todo lo relativo al funcionamiento de la casa y la familia, la mujer deberá empezar, o concluir, con los pendientes que reclaman su presencia en el hogar.
Urge una nueva masculinidad que acompañe esta nueva dinámica social de la mujer en su rol laboral y familiar, que permita al varón desprenderse de los patrones sociales y culturales impuestos por una sociedad tradicionalmente patriarcal.
El Príncipe Enrique de Inglaterra, Duque de Sussex, conocido como el príncipe rebelde, asegura que “cuando las mujeres tienen poder, mejoran inmensamente las vidas de todos los que están a su alrededor.”
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