Mientras muchas personas hablan de soltar, o del hecho de que el verdadero valor de la libertad, es tener la madurez para entender, que no hay nada mejor para la paz interior que la de dejar ir todo aquello que retenemos, en la falsa idea de que nos pertenece, o que sin ello, no podríamos vivir o aspirar a la felicidad. Resulta que el fin de semana me debatía entre el aburrimiento y la ansiedad, causado esto, por la frustración de no haber podido realizar mis planes, pero, en un momento de meditación me dije ¿quién soy yo para no seguir la voluntad de mi Señor? de tal manera, que conseguí un poco de paz para mantener mi ánimo en condiciones de poder apreciar aquello de lo que me estaba perdiendo; mientras me encontraba extraviado en mi pensamiento, mi actitud no pasó desapercibida para mi nieto José Manuel, el más pequeño en edad de mi hermosa descendencia, pero grande en percibir las sensaciones externas que debilitan el espíritu; el niño se me acercó y me pidió que lo levantara en brazos para estar a mi altura y poder mirarme a los ojos, después sus pequeños brazos rodearon mi cuello, y yo, enternecido, correspondí a su afecto hablándole suavemente y preguntándole ¿Qué quieres hijito? El siguió abrazándome por unos momentos, permaneciendo callado, entonces, pensé que tenía sueño y deseaba que lo arrullara, pero, deshizo suavemente su caricia, me miró a los ojos nuevamente y me dijo: Te amo mucho; entonces comprendí que muchas veces nuestro egoísmo no nos permite ver, que más allá de nuestras necesidades, se encuentran las necesidades de otras personas, y no era precisamente mi nieto el que necesitaba ser apapachado, sino yo, el que necesitaba que alguien me dijera que todo estaría bien, que no me preocupara por la sensación desagradable que me dejaba lo que consentía como tiempo que perdido. Cuando mi nieto me abrazó, mi espíritu le decía: No te sueltes, abrázame siempre y dime que me amas hoy y me amarás siempre.

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