La tarde era fría, al menos como para traer suéter y llegamos ese día pre invernal a visitar a mis nietos Sebastian, Emiliano y Andrea, que como es su costumbre vestían con ropa de verano y su abuela se alarmo diciendo: Mira a los muchachos, están como si nada, mínimo estamos a catorce grados y no están vestidos adecuadamente; le respondí: No te preocupes mujer, ellos tienen demasiada energía y tal vez no sientan el clima tan frío como nosotros. ¿Qué insinúas? Nada mujer, que el tiempo no pasa en balde. Apenas detuvimos el auto frente a la cochera y María Elena les propinó un buen regaño, y como los dos varones están en la adolescencia, empezaron a reírse, pero Andrea corrió a ponerse un suéter, de pronto como suele pasar Sebastián empezó a jugar muy rudo con Emiliano, lo que me obligó a bajar del auto para amonestarlos verbalmente; el mayor no dejaba de reír, pero al ver mi actitud de verdadera molestia dejó en paz a su hermano, y ambos pasaron al interior de su casa para abrigarse un poco, después regresaron y nos sentamos en un lado de una jardinera, siempre guardando sana distancia. Sebastián me dijo: No te enojes abuelo, así nos llevamos Emiliano y yo siempre. Le contesté: No siempre fue así. Pero a ustedes se les ha olvidado que de niños eras excelentes hermanos y buscando en mis recuerdos encontré un artículo que elaboré hace nueve años, el cual me permito compartir a continuación:
SUBLIME
Acostumbrados en estos tiempos a tener más experiencias ingratas que gratas, no esperamos encontrarnos con situaciones que nos regresen la fe en la naturaleza humana; y es que en muy contadas ocasiones nos enteramos, sin querer, de situaciones que son dignas de admirar y que nos hacen reflexionar sobre la nobleza que aún existe en nuestra raza.
Hace unos días, me dejaron por un par de horas, al cuidado de mis dos nietos varones; el más pequeño, Emiliano, de 4 años de edad, llegó dormido y lo acomodé en uno de los sillones de la sala, lo cubrí con un cobertor, pues el clima estaba frío, me senté a su lado y al verlo plácidamente disfrutando de ese momento y como me sentía cansado, decidí cubrirme también con un cobertor; mi otro nieto, Sebastián, de 6 años de edad , se encontraba haciendo su tarea en la mesa del comedor, y mientras me llegaba el sueño, lo animaba a terminarla, más mis constantes llamados a este último para que dejara de distraerse en otro menester, hizo que se despertara Emiliano y después de despabilarse, le dio por invitar a su hermano a jugar, pero Sebastián tenía la consigna de cumplir con la encomienda antes de que llegara su madre de la consulta médica a la que había acudido, me solicitó permiso para descansar un momento y se lo concedí, entonces se acercó a mí y a Emiliano, aquella escena me recordó mi niñez al lado de mis abuelos, por lo que instintivamente los abracé y les pregunté: ¿no les parece este momento digno de guardar como un recuerdo?, a lo que Emiliano contestó: ¿qué es un recuerdo?, algo hermoso que puedas guardar en tu corazón y en tu mente; Emiliano no quedó muy convencido con mi respuesta y entonces decidí darles algunos ejemplos; recuerdan cuando fuimos de vacaciones a Monterrey y los llevamos a desayunar a aquel bonito restaurante, Sebastián inmediatamente completó la evocación diciendo que también los había llevado a una tienda donde había carritos pequeños para llevar el mandado y que habíamos entrado a un centro de diversión donde podían realizar trabajos como si fueran adultos: encargados del correo, cajeros de un supermercado, panaderos, pilotos de avión, etc., de pronto, Sebastián se acercó a Emiliano y lo abrazó y le dijo: también me acuerdo cuando no quise acompañarte cuando querías ser bombero y lloraste mucho; Emiliano entristeció por el recuerdo, y Sebastián si dejar de abrazarlo continuó diciéndole: te prometo que no volveré a hacerlo; en ese momento me estremecí de emoción por esa actitud de amor fraternal y reconocí el gran corazón de Sebastián, poco después llegó la madre de ambos y antes de partir me preguntó si Sebastián había hecho la tarea, el niño me dirigió una mirada de ternura y permanecí callado. Ayer mientras comía, mi esposa me comentaba algunos asuntos familiares y me comentó sobre el resultado de la tarea inconclusa de Sebastián; pensé de inmediato: seguramente recibió una amonestación; pero de nuevo me invadió la emoción al saber cómo el niño demostró de nuevo su nobleza, al aceptar con resignación su “castigo”, lo que le valió el reconocimiento, por parte de su madre, a un valor más alto que la responsabilidad: la valentía de la enmienda de su desobediencia.
Después de escuchar con atención lo narrado en el artículo citado, Sebastián, simulando tomar de nuevo por el cuello a Emiliano para aplicarle seguramente un candado como se estila en la lucha libre, lo convirtió en un cálido abrazo fraternal para su hermano.
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