Cuando era un reportero bisoño, con apenas 20 años a cuestas, vi por primera vez en directo, un cadáver.
No en un féretro o en una ceremonia de sepultura, sino en la vía pública, a sólo minutos del fallecimiento.

Su servidor tenía unos meses de haber ocupado una plaza de cronista de deportes en el desaparecido periódico El Heraldo de Tampico y dada mi novatez me dejaban lo que llamaban “la guardia”, para cubrir lo que fuera y sucediera, incluida la sección policíaca.

No fue la violencia la que le quitó la vida a esa persona sino un accidente, al resultar electrocutado un hombre cuando intentaba reparar en el techo una antena de televisión, pero la escena era atroz. El cuerpo semi quemado, tirado en la calle en un charco de sangre por la caída, apenas vestido con girones porque la descarga le hizo trizas su ropa.

El efecto de lo que para mí en ese entonces era una brutal imagen, me perturbó por meses y hasta ahora no me ha abandonado. De vez en cuando da un “flashazo” en mi memoria y me vuelve a inquietar, a pesar de que en los años siguientes fui testigo en varias ocasiones de casos similares, inclusive en la política, en el desempeño de mi trabajo.

¿A qué viene traer al presente esa experiencia?

Lo explicaré.

Sucede que una muerte no natural, es decir producto de circunstancias inesperadas, es valorada en su real intensidad y sus consecuencias sólo cuando se está frente a la víctima o se es cercano a ella. Estar en presencia de la muerte de esa manera genera en la primera vez una marca que no se borra en una persona normal, como usted y yo.

Expongo esto, porque a raíz de los atentados mortales contra candidatos en las campañas electorales de este año, percibo de inmediato en la sociedad indignación, repudio, dolor y hasta miedo, pero toda esa gama de sensaciones tiene una efímera vigencia. Al día siguiente o en los dos o tres subsecuentes, las imágenes se borran y los sentimientos se diluyen, casi como si no hubiera sucedido.

¿Por qué pasa esto?

Porque son muertes lejanas. No se mide la importancia de una vida hasta que uno ve frente a sí, en todo su dramático realismo, a quien la perdió, especialmente por una espeluznante violencia que satura de dolor a decenas de familias y enluta a familias, amigos y compañeros de trabajo. Se podría decir que si no se vive esa experiencia no se siente su impacto. Es lamentable, pero así es.

Desde luego que no deseo a nadie que se tope con un cadáver o que sea testigo de un homicidio, lo que quiero resaltar es que como seres humanos no perdamos la dimensión de lo que está sucediendo en México en lo que debería ser una fiesta cívica y en los hechos es una antesala de una capilla mortuoria.

Nadie tiene asegurada la vida, es cierto, pero que pocos sean los que midan las consecuencias de estos hechos es muy grave, porque estamos perdiendo la conciencia de la barbarie que sufrimos y lo vemos prácticamente como la normalidad.

No me toca señalar culpables, pero sí nos toca a todos exigir que los responsables de la seguridad no sólo de los candidatos, sino de todos los mexicanos, se preocupen por darnos las condiciones de seguridad que anhelamos.

Recordemos esto todos: El 6 de junio próximo no estarán los candidatos en las casillas, sino usted, sus vecinos, sus hijos, sus padres, sus amigos. Y qué injusto sería que también seamos nosotros, los que votamos siempre por un país mejor, los que paguemos la negligencia y omisiones de gobiernos que por los conflictos políticos que tanto les ocupan, hacen a un lado a quienes los eligieron.

Yo iré a votar. Hágalo también por favor y honremos a quienes cayeron creyendo en ese México mejor.

Votemos porque vuelva la fiesta y se aleje la tragedia…

LA FRASE DEL DÍA

“Uno de los más grandes errores es juzgar a los políticos y sus programas por sus intenciones, en vez que por sus resultados”
Milton Friedman

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