Un buen día estaba meditando en un lugar paradisíaco, me encontraba cómodamente recostado sobre un camastro que abrazaba con delicadeza mi figura, bajo la sombra del gran árbol de la sabiduría; el suave viento de la complacencia vespertina, me auxiliaba a darle vuelta a las hojas del libro de mi vida, y mientras repasaba a ojos cerrados algunas de las lecciones más significativas de mi existencia, de pronto, me encontré con una hoja en blanco, y extrañado, me pregunté si me había quedado dormido en algún momento de mi largo recorrido por el camino de la verdad; como no pude recordarlo, le pregunté al gran árbol de la sabiduría, dirigiéndome a él con sumo respeto en estas palabras: ¡Oh gran maestro del saber! tú que te nutres del cocimiento de la vida misma en tierra, a través de tus nobles raíces, a través del aire que imprime las experiencias globales en tu frondoso y magnífico tallo, y a través de tu grandioso follaje, cuando recibe de la lluvia la voluntad divina que procede del cielo, dime ¿a qué se debe, que en mi diario vivir, exista una pausa y se encuentre por ello una hoja en blanco? El majestuoso y noble árbol de la sabiduría, hizo temblar la tierra, irguió aún más su frondoso tallo y sacudió sus ramas como si se viera azotado por una tormenta, y habló con tanta autoridad y certeza, que nada podría reprochársele: El olvidar es un atributo de los hombres, igual se olvida lo bueno como lo malo, lo que nos agrada, o lo que nos duele, en tu caso, el olvido se debió a tu extravió por el desierto de las incertidumbres, allá donde se pierden los que tanto se preguntan por qué, cómo es posible, no lo entiendo, incluso, los que tienen mayor duda de quiénes son; tú te olvidaste porque te perdiste en ti mismo, pensando que todo cuanto habías creado, tenía la capacidad de resolver sus dudas con tan sólo observarte. Pero toda parte que salió de ti al abandonar tu cuerpo, tomó su propia identidad y se convirtió en un ser único e irrepetible, mas no ajeno a necesitar que tu espíritu pudiera consolar.
Entonces, quieres decirme que me olvidé de seguir alimentando la fe de esa parte que fue mía y se convirtió en un eslabón de la cadena que mueve a mi espíritu a la eternidad. De mejor manera no podrías haberlo dicho. Abrí los ojos, me levanté apresurado y fui directamente a abrazar a mis hijos.

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