Gracias a las enseñanzas de mi madre, desde mi infancia, empecé a adquirir consciencia del bien y del mal, bueno, al menos, de como ella lo había concebido a través de las enseñanzas de sus padres y posteriormente, debido a sus propias experiencias, había constatado que el conducirse de la manera más correcta, siempre sería mejor que optar por el camino equivocado. En mi adolescencia seguí sujeto estrictamente al código de conducta establecido en la familia, pero al llegar a la juventud, he de reconocer, que quedé expuesto a muchos factores de “riesgo” que aparecían como inofensivas opciones que abrían la puerta para salir de la “rigidez familiar” e introducirse a un ambiente más flexible y permisible para no parecer un fenómeno social, y de esta forma ser bien aceptado en los grupos, que atendiendo a la moda del momento, marcaban la pauta de conducta. Ya en mi adultez, se afianzaron algunos hábitos no muy saludables, pero bien vistos socialmente, por lo que eran considerados normales, ya que eran de uso común, en la interacción entre amigos y familiares; sin embargo, tanto mi físico, como mi mente, me alertaban de que con el tiempo, estos habrían de cobrarme la factura. Pero no vaya usted a creer, mi estimado lector, que estoy hablando de algo ilícito, de ninguna manera, es como decía nuestro amigo Eulalio González Piporro, en la letra de la canción “Chulas fronteras” hacíamos “pura cosa permitida”.

Cuando la madurez llega a tu vida, y te reconoces como una persona de bien, la consciencia te reclama el retorno a aquello que en tu infancia te conducía por el camino recto; pero definitivamente, pasa también por el rasero de tu experiencia, adecuándolo propositivamente hacia la beneficencia.

De niño mi madre siempre me decía “Nunca hagas cosas buenas que parezcan malas, ni malas que parezcan buenas”. En ocasiones, en mi profesión, me veo obligado a tomar una actitud rígida pero respetuosa ante un paciente cuyo padecimiento depende mucho de su voluntad, más que de los medicamentos o el empeño del médico, de ahí que alguien pudiera objetar nuestra conducta, por lo general aquellos que conciben un sólo camino para hacer el bien.

“No tenéis que pensar que yo haya venido a traer la paz a la tierra: no he venido a traer la paz, sino la guerra” (Mt 10:34)

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