Y quién dijo que no me amas, si en tu mirada y en tu sonrisa pude ver lo mucho que anhelabas mi llegada; y quién, que sintiéndose presionado por no entender el significado de la necesidad de seguir siendo amado, puede llegar al cansancio o al hastío, cuando acude al llamado de una madre que reclama la grata compañía de sus hijos, que por amor, más que por orgullo, siempre reclamará como suyos y de nadie más.
Y con cuánto sentimiento encontrado, se exhibe la disputa de la vaguedad del tiempo que se requiere para tu cuidado, y con qué fuerza surgen las quejas de la falta de equidad, olvidando cuando niños, el enojo y el celo por sentirse igualmente amados por ella, pensando erróneamente, que no era justa al repartir su maternal cuidado.
¿Por qué los más agraciados se quejan y enjuician a los que aparentemente dicen te han olvidado? Tú sabes mejor que nadie, que el amor se siente de mejor manera, cuando el espíritu está a tu lado y no sólo el cuerpo renegando por la desesperación de querer hacer más por ti y no encontrar, en ocasiones, algo de tu buen agrado; porque todos son tuyos, porque tú no haces diferencias, porque en todos pusiste una parte de tu amoroso corazón de madre.
Quien dice que no te quiero, tiene razón, yo, más que quererte, te he amado, porque en el querer se dispensan las cosas materiales, y en el amor se obsequia el corazón; el enojo pues, no es lo tuyo, es de aquellos que siendo afortunados, no logran comprender lo mucho que has amado.
Quien dice que nunca he estado a tu lado, desconoce ciertamente nuestro pasado, o tal vez están en la falsa idea, de que todos aquellos infortunios que juntos pasamos, no cuenta en el presente, porque aseguran, que ahora tu mermada fuerza física, que demanda dependencia de un apoyo desinteresado, pesa en el sufrimiento de llevarte a cuestas, pero no saben, lo difícil que es levantar un espíritu profundamente lastimado por el desamor y la violencia y para mantener siempre encendida la llama de tu vida, para que ahora estés viviendo a nuestro lado.
Cierto, ya no soy un niño, tal vez, nunca lo fui, porque mi infantil inocencia cedió el paso a la increíble fuerza que Dios suele darle al hombre en esos casos, porque el Señor con su infinita misericordia, me tomó en su brazos, para poder sostener en los míos a mi madre, para ofrecer mi vida a cambio de la suya.
Felicidades a todas las madres.
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