Mientras me deleito con la suave brisa que entra por la ventana, impregnada, para mi fortuna, del perfume del azahar de la flor del naranjo, que está sembrado en el pequeño espacio de tierra de la banqueta del frente de mi hogar, que no se ha ahogado por el límite que se le impuso a su libertad, y que representa sin duda, el sincero afecto de uno de tantos alumnos, que en mi paso por la docencia tuve la fortuna de conocer. Por tanta dicha, primero doy gracias a Dios, por tan maravilloso obsequio y después, pienso en el futuro de mi patria, patria donde radican los cimientos de toda mi esperanza, de mi descendencia amada, que como yo, se siente orgullosa de su tierra mexicana, y que más que hastiada de tanta repugnancia por el triste proceder se tantos ciudadanos, que pudiendo honrarse con las oportunidades que le brindaron sus hermanos, para hacer de nuestro pueblo el hogar digno, equitativo, respetuoso, pacífico, democrático, justo en todo lo que cabe y debe de ser el hogar de todos y para todos.

Pienso que ya no tenemos tiempo para guardar odios o rencores, para alimentar el sentimiento de venganza, que ya no tenemos tiempo para seguir buscando soluciones mágicas que nos llenen de esperanza, cuando el fondo del problema, no es la ideología que puede enarbolar determinada organización política, cuando el verdadero problema radica en el hombre y en su desmedida ambición de sentirse superior y ejercer un poder a su entera complacencia.

A muchos compatriotas interesados en defender a su patria, en esforzarse en hacerla crecer y desarrollarse en un sistema justo, armónico, respetuoso y sobre todo honesto, les pregunto, qué hicieron en tantas otras oportunidades que tuvieron para enfrentar a todos aquellos, que al final, doblegaron su voluntad y mancillaron su dignidad al verse amenazados, no sólo con perder el lugar que tanto les había costado, así como el resto de sus aspiraciones políticas para llegar al mismo sitio de los que los sujetaron con una falsa lealtad, por cierto, no a la patria, sí, a su enfermiza personalidad.

Así como la brisa es suave y perfumada por el azahar del naranjo, que siendo mío, al estar en la vía pública, en verdad le pertenece a los demás, podrá estorbarle un día a los que transitan por la banqueta, pedirán arrancarle sus raíces, porque no todos se deleitan con su perfume, ni disfrutan de sus frutos; entonces, la suave brisa, tomará la velocidad que a nadie beneficia, se llevará con ella, no sólo el perfume, arrancará la flor de azahar, se llevará el polen y con él, a los trabajadores que fertilizan la tierra, que sólo se regían por su natural naturaleza.

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