Un buen día me hicieron una pregunta relacionada con la felicidad, palabras más, palabras menos, fue en estos términos: _ ¿Cuál ha sido para usted el día más feliz de su vida? Sin pensarlo mucho, contesté los siguiente: _El día que sentí la presencia de Dios en mi corazón.
Mi respuesta pareció no ser del agrado de quien me hacía la pregunta, así es que, me volvió a preguntar, aclarando que se refería a momentos felices más objetivos, tales como el nacimiento de un hijo; entonces le respondí: _Ah, ya entendí, y me parece muy bueno el ejemplo que pone, porque precisamente el día que fui bautizado nací como hijo de Dios, y desde entonces, Él se quedó para siempre conmigo, para nacer a una nueva vida, la vida que me invita a conocer el verdadero amor, a vivir en armonía conmigo mismo y con los demás, a buscar siempre la paz, y si se tiene o se entiende todo lo que poseemos los seres humanos, una vez accediendo a convertirnos en hijos de Dios, podemos acceder también a la felicidad.
La felicidad tal y como la concebimos la mayoría, siempre está relacionada con el hecho de poseer, ya sea cosas materiales o a las personas, de ahí que siempre nos genere un momento de euforia cuando decimos con orgullo: mi casa, mi auto, mi rancho, mi trabajo, mi madre, mi esposa, mis hijos, mis nietos, cuando en realidad todo lo que se nos ha dado ha sido por obra y gracia de Dios, y en cualquier momento, podemos ser objeto de una orfandad total de las cosas o las personas, y sentirnos infelices; mas, cuando se vive en la fe del amor incondicional e infinito de Dios, puedes llegar a comprender, que todos, absolutamente todos, debemos sentirnos felices por el amor que recibimos del Altísimo.
Mi interlocutor movía la cabeza de un lado para otro, en señal de no aceptar como válido aquello que le decía; entonces me preguntó: _¿Y cómo sabe uno cuando llega ese amor tan especial al corazón?: _No se preocupe _le dije_ si usted lo desea con verdadero fervor le llegará, si usted no piensa en ello, porque le convenzan más las cosas materiales y la realidad que vive, como quiera, le llegará; por eso, cuando ese amor del que le hablo legue a su vida, sentirá lo que es en verdad la felicidad y nunca más deseará apartarse de la fuente de vida de donde fluye el manantial de la palabra viva, que siempre nos ve, siempre nos escucha y siempre nos toca el corazón, para saber que todo aquello que en el mundo material nos da infelicidad, resulta ser el camino para encontrar la verdadera felicidad.
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