El hombre…el hombre es sensible a más no poder, no es una dura roca a la que no se le pueda romper, y busca con gran afán, para ser feliz en la vida, lo que por naturaleza cree que le toca, mas, lleva en su ser, muchas veces sin comprender, un sentimiento de libertad, que lo convoca a perderse como el viento inesperado, que en su vaivén, durante el día y noche sopla; por eso, por eso suele perder el rumbo, y como suele suceder, su tren de vida se deboca, en una carrera loca, que no tiene principio, ni fin.
Al hombre, antes de amar, le agrada sentir que lo que vive es real, por eso, después de ver a detalle y admirar a la mujer de la que se puede enamorar, le gusta explorar aquello que antes de amar se le antoja, sin medir a veces si el tacto sutil que al cuerpo besa y toca, puede ser del total agrado de la belleza de la que pretende ser amado, y que por cierto, tratándose de un ser dulce y delicado, espera del hombre se le brinde, un trato digno que se aleje más de la nociva costumbre, de ser sólo un objeto maltratado, y se apegue más a lo deseado, por el hálito divino que la mueve, porque si bien el cuerpo se marchita y muere, el espíritu, que es lo que más importa, sigue acompañado, por el ser que nos ha enseñado, que el amar es vivir para siempre enamorado.
El hombre que no profesa la fe en su Creador, ve en sí mismo a su propio dios, de ahí, que temor no tiene de ser castigado por el Santo Redentor, mas, así se haya burlado de la justicia terrenal, yo les aseguro, que no podrá librarse del castigo que le imponga el Padre celestial, que no ve con buen agrado, a los que persisten en hacer el mal.
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