Y habiendo resucitado Jesús, se renovó la esperanza de poder resucitar también con él a una vida nueva, donde demos más valor a lo espiritual que a lo material, donde el amor sea la energía vital que impulse todos nuestros propósitos de enmienda, y con ello, se dé a plenitud la congruencia entre el dicho y el hecho, entre la realidad y las buenas intenciones, o el pasar de los buenos deseos a las acciones efectivas y puntuales. Fácil nunca ha sido semejante y titánica tarea, porque por un lado, no terminamos de despojarnos del lastre que nos hace más pesado el camino, y por otro, el hecho de estar condicionada nuestra voluntad al cambio de nuestro prójimo, sobre todo, empezando con los más cercanos.
¿Por qué habríamos de preocuparnos sólo por nuestra salvación? ¿Por qué desear la salvación de nuestra familia, nuestros amigos, nuestros conocidos? Cabría preguntarnos, si resulta sumamente difícil renunciar a nosotros mismos para seguir en todo el Evangelio de Jesús ¿cómo lograremos convencer a los demás de renunciar también para que alcancen la salvación?
Tal vez la clave de este dilema esté en el hecho de que debemos primero vencer nuestras propias dudas en cuanto a lograr ser fieles a las bases que sustentan nuestra fe, porque cuando titubeamos y decidimos soltarnos de la mano de Cristo al escuchar otras voces, decidimos seguir a otros dioses que nos hacen ambicionar los bienes materiales, que nos hacen despreciar la grata compañía de quienes decimos amar, pero condicionamos ese amor a todo lo que podamos recibir del otro.
Cada año, al recordar la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, la esperanza hace resucitar nuestro gran anhelo de tener una vida nueva, nos llenamos de alegría, sale el sol para desvanecer la oscuridad de nuestras frustraciones, se aviva el fuego interior que ilumina nuestra existencia y buscamos afanosamente seguir a Aquél que es camino, la verdad y la vida; muchos lo buscarán solamente el primer día, otros, se sentarán mejor a esperarlo, pocos, los que no se soltarán de su mano. “Tan cierto es que muchos son los llamados y pocos los escogidos” (Mc 22: 14)
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