La célebre frase del general y cónsul romano Julio Cesar “Veni, vidi, vici (Vine, vi y vencí) me hubiera caído como anillo al dedo, si hubiese logrado mi propósito, pero tal vez no tenía muy bien definido mi propósito, o éste no llenaba todas las expectativas de mi nieto mayor, cuando decidió venirse unos días a nuestro hogar, sin tener, él mismo, bien definido el propósito de su visita, por lo que tuve que acuñar mi propia frase, para dejar un legado del histórico encuentro entre dos generaciones, o mejor dicho, entre el pasado y el presente; entonces, la cita quedó de la siguiente manera: Vino, se fue y no convencí.
Espero, mi ilustrado y asiduo lector, que no lo esté confundiendo con mi narrativa, lo que en esta columna tratamos, siempre tiene que ver con el bienestar de la familia, y de toda experiencia personal, tratamos de sacar el mejor provecho, para presentarles un escenario muy común en las familias mexicanas, porque podía haber muchas variables que sesguen los resultados, pero no son tan significativas, como para cambiar de fondo los fundamentos que generan los cambios en las buenas relaciones, que muchas veces nos hacen pensar que fallamos, que nos equivocamos, o que realmente estamos acertando, pero que al final resulta ser solamente un enfoque muy particular de nuestra verdad, y por ello, debemos siempre tomar en cuenta, hasta el más insignificante detalle que interviene para bien o para mal en la modificación de la conducta humana, esto, para comprender, que tal vez no todo es evidencia de patología orgánica o mental, sino el reflejo de la conformación de una personalidad muy particular, que tiene la peculiaridad de ser flexible, tanto, como para poder adaptarse, a la cada vez más difícil situación que implica el sobrevivir, en un ambiente social más tóxico, donde el deterioro de las bases de la felicidad ha sido perenne, al romper paulatinamente con las bases que sustentan la armonía en las relaciones humanas, tales como la falta de moral, de equidad y de justicia.
Mi nieto vino a nuestro hogar, tal vez esperando encontrar algo que se ha estado perdiendo en el entorno donde pasa la mayor parte de su tiempo, traía en su mente la ilusión de un pasado glorioso que vivió al lado de sus abuelos maternos, pero, se encontró con el hecho, de que el niño que llevaba dentro, había crecido tanto, que incluso, la cama le pareció pequeña, la mesa del comedor ya no era tan grande, y que la larga escalera, la podía subir de tres zancadas, y lo más triste, que sus abuelos, ya no podían cargarlo en brazos para darle comida en la boca, para arrullarlo y dormirlo, ya no tenían pues, la magia de hacer desaparecer sus pesadillas y proporcionarle un sueño reparador, como lo necesitó de niño, y más lo necesita ahora de adolescente.
El breve tiempo que pasó nuestro nieto con nosotros no fue suficiente, para que él se hubiera dado la oportunidad de encontrar otras virtudes en este par de adultos mayores; por eso, la abuela prefirió regresar a mimarlo como cuando fue un niño, pero ahora era un niño grande con otros gustos, aun así, ella se adaptó a las necesidades de su primer nieto; habría que confesar, que muchas veces la encontré llorando a escondidas, y no fue necesario preguntarle por qué lloraba, a ella le faltaba aquello que también se quedó en el pasado, ver a su nieto feliz, sonreír, sentir a su nieto abrazarla y besarla como solía hacerlo; un día ya desesperada, le preguntó: ¿Por qué no me abrazas? Y él le contestó: Eso no está en mí.
Por mi parte, primero me limité a observarlo, le di su espacio, pasaba largas horas sumido en los suyo y lo respeté, esperé paciente que me hablara de aquello que no quería hablar, de hecho, un día lo intentó cuando hacíamos sobremesa y me dijo: Dios no es del todo bueno. Le respondí ¿Por qué lo dices? Y comentó algunos acontecimientos narrados en el viejo testamento de la Biblia. Le dije que si había tomado en cuenta la opinión de una persona que conociera bien el Libro Sagrado, y no me contestó; traté de darle una explicación, pero el debate subió de tono, esperé a que se calmara y le hablé de algunas experiencias personales, a las que tal vez no les dio mucha credibilidad, pues se retiró del lugar. El encuentro se repitió en otra ocasión y pude notar que se dio oportunidad de reflexionar sobre nuestra charla.
Llegado el tiempo de su partida, parecía que no quería irse, la abuela lo apresuraba a recoger sus pertenencias y no lo hacía, seguía haciendo lo mismo que otros días, hasta que recibió una llamada y se puso a recogerlas. Cuando lo dejamos en su hogar, después de guardar sus maletas y equipo de cómputo, se regresó, abrazó a su abuela, y ella le pidió un beso, después fue a mi lado, me extendió la mano, me le quedé viendo a los ojos y me abrazó, diciendo de manera velada: Esto no ha terminado. Le respondí: Desde luego, esto es apenas es el principio.
Mi frase terminó con un: No convencí, pero siempre supe que no era yo el que tenía que convencerlo; su conversión está en manos de Dios, así está escrito en mi corazón y así será.
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