Una noche con Jesús, en la oscuridad de todos mis temores me dijo: Abrázate fuerte para que sientas el calor que emana de tu cuerpo, abrázate y siénteme, para que el amor que te profeso sea la llama que caliente el despiadado frío de la oscura noche que llega al terminar el día.

Abrázate hoy, que el temor hace derroche por tener aparente ventaja, porque viaja por el aire que respiras y mantiene sin descanso y en alerta, a tu cuerpo entero que se siente vulnerado; abrázate aún en el supuesto reposo que no llega, y hace que tu mente siga frenando el gozo que te puede obsequiar mi amable cercanía.

Deja ya de pensar que estás indefenso ante la cobarde villanía, de quienes quieren alejarte de mí y de la alegría de estar siempre a mi lado; mantén la firmeza de tu fe, que no es un legado histórico del pasado, sino el renovado y continuo voto del presente, que te ofrece en la eternidad un futuro asegurado.

Abrázate fuertemente a mí, cuando te sientas sólo, triste y desesperado, cuando todo pareciera haberse terminado, y la ceguera y sordera espiritual, te llegue en el momento menos indicado, para hacerte sentir como un barco a la deriva, pensando que la tormenta aún no ha terminado.

Nadie que no seas tú podrá separarte de mí, no permitas que la oscuridad del mal, te haga claudicar para mantenerte de mi presencia aislado; yo estoy aquí, yo soy tu Dios y te pido que vivas, y que confíes en mí, todo estará bien aunque te parezca lo contrario.

Fue una noche en la que Él me quería mantener despierto, para hablarme de eso que a tantos nos preocupa, para darnos esperanza, para que no perdamos la fe y sigamos las huellas que en nuestro corazón, va dejando a su paso Jesús el resucitado, nuestro Señor y salvador.

Despertar pues, a la alegría de sentirse amados por el Hijo del hombre, que el amarlo a Él, no sea una costumbre, sino la llama viva del amor, que se aloja en nuestro corazón y nos mantiene vivos, amarlo a Él es amarnos a nosotros mismos, así como quiere que amemos a nuestro prójimo.

“Vosotros sois la luz del mundo. No se puede encubrir una ciudad edificada sobre un monte; ni se enciende la luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero, a fin de que alumbre a todos los de la casa: brille así vuestra luz ante los hombres, de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5: 14-16).

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