La tarde llegó inesperadamente, la recibà sentado en una vieja mecedora metálica que forma parte de los enceres propios del frente de mi casa; desde ahà no se puede ver mucho, si acaso, los frentes de otras dos o tres casas, un tramo de calle y algunos autos estacionados, nada que pudiera emocionarme lo suficiente como para seguir meciéndome, por eso, preferà cerrar los ojos, para mirar al interior de mi ser, en ese mundo, donde guardamos nuestros recuerdos, los mejores momentos y algunos secretos; ahà donde los años se quedaron congelados, y donde podemos vernos llenos de energÃa, corriendo, jugando, o sentados en la mesa de un comedor esperando la merienda junto a mis hermanos, o platicando sentados en el borde de la acera de la calle con nuestros amigos del barrio; de pronto se siente frÃo y abro los ojos, la luz del dÃa se despide y empiezan a encenderse los focos de las casas, en ese momento, me percato de que permanecà una hora sentado y dejé escapar la claridad, pronto caerá lo oscuridad y el estado de ánimo caerá también.
Siempre le comento a mi esposa que es necesario dejar entrar la luz del sol y el aire por las ventanas, que es importante movernos, no sólo en el interior de la casa, sino fuera de ella, desde luego, guardando todas las medidas recomendadas para evitar riesgos de contagio por Covid-19, MarÃa Elena comenta, que afortunadamente, pronto terminará ésta pesadilla, que la vacuna nos regresará a la normalidad, sus ojos parecen brillar, la esperanza cobra vida y se deja sentir, pero yo sigo teniendo la necesidad de absorber toda la luz que pueda mientras el sol esté presente, asà como la de caminar cuanto pueda, y ella me pregunta:
¿Qué no estás cansado? Claro que lo estoy, pero este cansancio, es por dejar que el calor y la fuerza escapen de mÃ, sin realizar ningún esfuerzo.
enfoque_sbc@hotmail.com