Qué mañana tan placentera, es el día tres de agosto y no podría estar en mejor lugar en fecha tan especial; hoy cumple años quien me ha acompañado por más de cuarenta y cinco años en esta apasionada aventura llamada vida, y como todo lo que me ha ocurrido, está relacionado con la dicha de tener una maravillosa conexión con Dios, y aunque no me creo muy especial, reconozco con humildad, que algo ha de haber visto mi Señor en mí, para que me tenga tan consentido, y qué decir del sentir tan vivo, del amor bien correspondido de la Madre de mi Mentor y salvador: Jesucristo.

Más feliz no podría estar en esta fecha, como decía, cuando el amor de mis amores ha pasado a mi lado más de tres cuartas partes de su vida conmigo, y en este día tan importante, me llega la inspiración, y como si fuera la primera vez, le hago una declaración a María Elena, mi esposa, en ocasiones en verso, otras veces en prosa, pero, hoy creo que tendría más valor el hacerlo de la manera en que lo hice aquella vez, y para ello, tenderé que regresar un poco en el tiempo, para estar en posesión de aquel cuerpo de adolescente de 15 años, que por cosas de Dios y no del destino, llegó precisamente a vivir como vecino, a la casa de al lado, de esta maravillosa mujer.

Qué cómo la conocí, bueno, para un eterno observador de la maravillosa obra de Dios, nada pasa desapercibido, sobre todo, lo más hermoso, y ella, como la más bella flor del jardín del edén, brillaba tanto, que me deslumbró de inmediato, y poco a poco y curioseando, me fui acercando, para ver de dónde procedía tanta luz, quedando admirado por su belleza, y más, por la pureza de su alma buena como ninguna, y como han de comprender, fue imposible resistirme a tanta belleza y para mi fortuna, después de un breve cortejo de seis años, me dio el sí, para estar matrimoniados, pero antes de responder a mi reclamo, molesta me dijo: ¿Por qué tardaste tanto?

¡Feliz cumpleaños, amada mía!

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