Como matojos rodantes que transitan por el desierto, así transcurren los días, las semanas y los meses, con motivo de la pandemia en nuestra vida, y por extraño que parezca, muchos empiezan a acostumbrarse a permanecer en casa; otros, a desplazarse por las calles como lo hacían habitualmente; algunos, los más atrevidos, empiezan a reunirse en familia, entrando en plena confianza no guardando las medidas sanitarias recomendadas.
Me comentaba un amigo, que por su trabajo tiene que salir, que estima que dos de cada diez personas que ve en la calle, usan bien el cubrebocas; dos, no lo traen colocado en forma adecuada; y seis, de plano no lo utilizan. Mientras esto ocurre en los hogares y en las calles, los reportes epidemiológicos del evento se significan por un aumento importante de contagios y defunciones, es entonces cuando cabría preguntarnos, si el nocivo impacto de lo que nos está pasando, sigue siendo responsabilidad exclusiva de las autoridades de gobierno, o en buena medida, es la ciudadanía la responsable, sobre todo, de los que no quieren atender las recomendaciones emitidas por el Sector Salud, en lo que concierne a aplicar correctamente las medidas preventivas pertinentes, en un evento epidemiológico tan grave como el que enfrentamos.
Mientras no se cuente con una vacuna efectiva y segura, o medicamentos específicos para eliminar el virus, lo único viable para evitar que se continúe con esta tendencia catastrófica, es unirnos todos, para cortar la cadena de contagios y entender con ello, que al cuidarnos, estaremos también cuidando la salud de los más vulnerables.
Importante también resulta, velar por la salud mental de todos los que continúan en confinamiento y lo han hecho con gran apego, ya que irán en aumento los casos de depresión, ansiedad, y otros trastornos mentales de suma importancia.
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