Y llegó el momento durante la cuarentena, en el que surgieron muchas preguntas entre María Elena y yo; si algo se había fortalecido todo este tiempo, era la confianza, y ella, como buena maestra que es, me había estado observando todo el tiempo, para comprobar si había asimilado bien el aprendizaje que me llevaría al final del curso a valorar el trabajo de la mujer en el hogar; pero antes de contestar el examen, le pedí me diera un adelanto sobre mi calificación, porque la verdad, yo me consentí como un alumno aplicado, atento, caballeroso, responsable y solidario. La verdad, no resulta nada fácil para un hombre invadir abruptamente el territorio de una mujer tan disciplinada, ordenada y sumamente organizada, donde la única opción práctica era disciplinarse incondicionalmente a sus distinguidas órdenes. Cuando llegué el primer día de la cuarentena le expliqué, que me habían enviado a casa por estar dentro del concepto de alto riesgo en caso de contagio por el COVID-19, esto debido a mi edad y comorbilidad existente; como ella ya tenía información con suficiencia de la pandemia, lo primero que hizo fue alzar lo brazos al cielo para darle gracias a Dios; en seguida me mandó a quitarme la ropa, y yo aunque animado, le dije no te apresures mujer tenderemos mucho tiempo para eso, entonces ella dijo: Claro que tenderemos mucho tiempo, pero más vale que empecemos desde este momento. Bueno, le dije con cierta satisfacción, pero no crees que es muy temprano, son las cuatro de la tarde. Ella me miro y dijo: Al contrario, es muy buena hora. Bueno, me repetía yo una y otra vez, pensando para mis adentros: no cabe duda que mi mujer me extraña; procedí a retirarme la ropa en la sala, pero ella me dijo, de ninguna manera, aquí no, y señaló el patio; un poco contrariado le dije: oye no te parece muy atrevido que me quiete la ropa en el patio, los vecinos nos pueden ver; ella repuso: hazlo en el cuarto de al lado. Bueno, dije yo sin chistar; me dejé la ropa interior y los zapatos, después llegó ella y me dijo quítate también los zapatos. Bueno, fuera zapatos, me senté en una silla y esperé lo que seguía, y cuál fue mi sorpresa, que me trajo jabón, suavitel, cloro, y no sé yo que más menjurjes. Oye, le dije en la mañana muy temprano me bañé. Sí ya lo sé, replicó ella, pero estos detergentes son para que laves tu ropa, ahí está la lavadora, después te das un manguerazo, de esos que tanto presumes en tus artículos de Las mil y una anécdotas. Válgame Dios, qué equivocada me di, qué me esperará más adelante, y así fue como me fui disciplinando, ahora lavo, plancho, hago de comer, barro, trapeo, sacudo los muebles, y créanme que no ha sido nada fácil, porque como María Elena me vio tan eficiente me dijo: esto nos cayó como anillo al dedo; inmediatamente pensé: esta frase se la fusiló de las mañaneras, no se las pierde, mientras yo dale y duro; y le pregunté ¿por qué dices que esto te cayó como anillo al dedo? Y ella sonriendo de oreja a oreja dijo: Sí hombre, te sirve de entrenamiento para ahora que te jubiles. De ahí me fui directito a donde tengo mi recinto sagrado, y ante la imagen del Salvador, de rodillas como debe ser, le pedí que terminara ya con la pandemia.
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