Hace un par de días, cuando el cielo se mostró gris, el viento cálido se tornó frío y el manto de la nostalgia empezó a ensombrecer mi buen estado de ánimo, me senté en la soledad de la sala, tratando de que una oleada de sueño me venciera para quedarme dormido, pero mi mente se resistía, y entonces escuché una voz interior que me decía: ¿Qué es lo que más deseas en estos momentos? Y de inmediato contesté: Deseo con el alma ver a mi madre, saludar a mis hermanos, besar a mis nietos, escuchar de viva voz a mis amigos. No me servía de consuelo el hecho de pensar que a muchas otras personas les estuviera ocurriendo lo mismo con el paso de los días por estar guardando la cuarentena; para mí fortuna, una de mis hijas me llamó, y después de saludarme y al escuchar el apagado tono de mi voz, intuyó que era cautivo de la tristeza, de ahí que atinadamente, puso en la pantalla de su celular a José Manuel, el más pequeño de nuestros nietos, que cuenta con tres años de edad; el niño logró visualizarme, sonrió al verme, pero no supo que decir; entonces sin disimular mi alegría le dije que lo extrañaba mucho, el comentó que sentía lo mismo, además le dije: voy a ir por ti; pero mi nieto reaccionó de inmediato y me dijo: No abuelo, no puedes, porque afuera está el Coronavirus, quédate en casa, como yo, que estoy en la mía; le comenté que quería jugar de nuevo con él, que quería contarle cuentos; el niño guardó silencio unos instantes y dijo: Pues cuéntamelos, te veo y te escucho por el celular; empecé a narrar un cuento y se emocionó, sobre todo en las partes que a propósito yo me equivocaba; minutos después terminó la llamada, yo me quedé en la sala, apreciando los murales que María José y José Manuel, mis amados nietos han pintado en las paredes y puertas de la casa, y que insistentemente, día tras día, antes de que llegaran las noticias de la epidemia, le pedí a María Elena los borrara.
Hay días en los que la naturaleza nos obsequia un cielo gris y en los que el aire se enrarece, pero estos no son motivos de que se presente una verdadera tristeza, la tristeza llega a nuestra vida, cuando las ausencias de nuestros seres amados hacen titilar la llama del amor que tenemos encendida en el corazón.

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