Buscar y encontrarme, preguntarme por todo aquello que ha quedado pendiente por hacer, lo que me ha causado inquietud, en ocasiones angustia, y mayormente melancolía. No quiero arropar el sentimiento de tristeza de las tardes; quiero respirar profundamente, sabiendo que el aire que entra a mis pulmones está limpio; quiero encontrar por el camino un venero y arrodillarme para tomar entre mis manos el agua pura y fresca, para saciar la sed que por muchos años me acompaña; quiero correr entre el trigo antes de que maduren las espigas; quiero sentir el aire refrescar me cara y dejarlo, sin apuro, secar el sudor de mi frente, sabiendo que mi interior, se depura de todo aquello que intoxica al cuerpo y a la mente; quiero cerrar los ojos con confianza y sentir relajarse mi cuerpo, al evocar pensamientos buenos, o recordando los momentos más significativos de mi vida, quiero sentir la satisfacción, de saber que he hecho cosas buenas, y ver el resultado, reflejando alegría en una cara, en una sonrisa, en un beso, en un abrazo, en una palabra, que igual irradia gratitud y es doblemente sanadora. Quiero hacer y contar tantas cosas que devuelvan las ganas de vivir a los que han pedido la esperanza. Quiero tantas cosas de mí, de ti, de todos, que yo sé que están ahí esperando el modo de salir a nuestro encuentro. Quiero que con el paso de los días, los meses y los años se refleje en mi espíritu, en ti, en todos, la paz y la armonía que heredamos del Creador del universo; que por amor dejemos de hacernos daño y de hacerle daño al paraíso; que dejemos atrás las mentiras, las envidias y el egoísmo, y pongamos los pies en el piso para caminar juntos por la vida. Quiero lo que mi Dios y Salvador quiere para ti, para mí, para todos en la tierra.
“En verdad, en verdad os digo, que quien cree en mí, tiene la vida eterna” (Jn 6:47).
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