Una mirada no basta, una sonrisa fingida, o un cómo te ha ido, se requiere más que eso para poder identificar una ausencia, un estoy molesto, un distanciamiento incomprensible e indeseable con tus seres amados. Cuánto tiempo tiene que pasar para que te des cuenta de que hay un puente de comunicación roto que tiene que ser reparado para restablecer una relación cordial y efectiva, para aclarar cualquier mal entendido o para tratar de explicar aquellas dudas que surgieron en la niñez y que por estar ocupados en solucionar las eventualidades presentes y futuras, no se dispuso de un tiempo de calidad, para escuchar las necesidades de afecto.
Entre más pasa el tiempo, mas enojo se acumula y en ocasiones, se genera incluso, rencor o una sensación de orfandad que duele, que ofende, que hiere al ser humano que se considera víctima del desamparo, la incomprensión y el desamor.
En ocasiones, es la inmadurez la que condiciona que se perciban mensajes contrarios a lo que se espera de parte de nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros abuelos o de nuestras amistades más cercanas, otras veces, podría estar involucrada una autoestima baja, los celos o el egoísmo, pero el resultado del quebranto emocional es el mismo: dolor que no puede sanar con medicamentos, sólo con amor, una vez que se aclara la confusión y se liman las asperezas.
Para la sanación completa se tiene que contar con la fe en Dios, con la sabiduría que emana de él y con la intervención del Espíritu Santo, porque en ocasiones, un perdóname, un borrón y cuenta nueva, un lo siento, no son suficientes para sanar el alma.
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