El día que puedas vencer tu resistencia a ser quien crees ser, sin duda ya no serás el mismo, no sé si encontrarías en ello la paz, o sólo te convertirías en un objeto, no sé si podrías decir que estás, pero tal vez si contribuyas a darle la paz a quienes sienten que tú se las he quitado.
Quizá muchos de nosotros hemos llegado a tener un pensamiento similar a este, o tal vez, calladamente, aceptemos la idea de que siempre estuvimos equivocados, porque si aceptáramos que hemos sido congruentes y hemos respondido acertadamente a la mayoría de los cuestionamientos que nos hacen aquellos con los cuáles convivimos o interactuamos, estaríamos pecando de egolatría. “Así es que cualquiera que se ensalza será humillado; y quién se humilla, será ensalzado” (Lc 14:11).
Vivir en paz consigo mismo, tal vez está detrás de conceder todo aquello que nos hace pensar que tenemos la razón, aunque esto fuera cierto, el resistirnos nos trae más contrariedad que paz, porque podríamos salir victoriosos de una discusión, pero la otra parte buscará siempre la manera de desquitarse y si se trata de personas tan allegadas a ti como tu familia, el entorno sería tan tóxico que nadie saldría bien librado de los efectos colaterales que te deja el sentimiento de frustración, al saber que ni tus padres, ni tus hermanos, ni tu cónyuge, ni tus hijos, tienen como prioridad contribuir para que reine la armonía y se instale la paz en tu hogar, lo mismo ocurre en tu trabajo o en cualquier otra instancia en la que nos encontremos, los seres humanos somos tan tercos y tan masoquistas que preferimos sufrir toda la vida a dar nuestro brazo a torcer.
Si queremos tener una buena salud mental, procuremos nuestra paz interior, tal vez el hecho de renunciar a nosotros mismos, a nuestro egoísmo, sea la medicina más efectiva, dejar de pensar como un ser materialista para adentramos al ser espiritual que tiene una misión más elevada que la de tratar de ser el padre perfecto, el hijo perfecto, el hermano perfecto, el cónyuge perfecto y demás.
“Jesús dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino solo Dios” (Mc 10:18)

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