Es tan pequeño el espacio, que sólo bastan tres pasos para llegar a donde se quiere, para tomar lo que se desea, para decir lo que se piensa, pero el querer, el desear y el pensar, suelen permanecer cautivos, en todos aquellos donde se sembró la semilla del miedo; mas, sin tratar de culpar a alguien en particular, podría decirse, que el ánimo de los afectados, fué atado con las cuerdas de los límites del no: no se puede, no se debe, no es correcto, y tantas situaciones que requerían en su momento una explicación, se quedaron en espera permanente, tal vez, por la muy arraigada costumbre de aceptar sin reniego, las decisiones que otros tomaron por nosotros, personalidades más astutas y sagaces, que investidos o no en la legalidad, suelen interpretar, de acuerdo a su sentir e interés, lo que es competencia y de interés para todos.
Ante el no se puede, no se debe y no se piensa, el peso del yugo que se impone, hace que la cabeza del dominado se incline, y la mirada se perciba como inocente y sumisa, poniendo en evidencia la sujeción de las personas dominantes, quedando el justo reclamo en el silencio, mientras se sufre igualmente la identidad perdida, en espera de retomar la fuerza interna de la voluntad, para abrir las puertas a la verdad e ir en la búsqueda de la ansiada independencia, y disfrutar la soberana libertad de pensar y de tomar con plena conciencia las decisiones correctas.
El caminar no es una evidencia de libertad, cuando no se puede ir a donde se quiere, no se puede decir lo que se piensa y no se puede alcanzar lo que se desea; porque cuando todo se reduce a un pequeño espacio donde la conciencia se resigna a escuchar el eco que retumba en la cavidad herméticamente cerrada, tanto, que no deja escapar al pensamiento y con ello deja morir la esperanza.

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