Sí, bastó sólo cerrar los ojos para verme bailar en aquel amplio y elegante salón, y cuando los abrí, me di cuenta de que no sabía bailar, pensé en lo vergonzoso que sería si las demás personas presentes se dieran cuenta de mi falta de destreza, pero para mi tranquilidad, vi que todos los danzantes se encontraban bailando, y bailaban con los ojos cerrados; entonces, para estar acorde con los demás cerré los ojos y me dejé llevar por la música.

¿Cuántas veces preferimos cerrar los ojos ante situaciones que nos causan temor? Pero antes de que esto ocurra, se instala en nuestro ser, la sensación angustiosa que evidencia nuestro miedo a enfrentar una situación de peligro, tratamos de pensar con claridad, pero encontramos cierta dificultad, empezamos a sudar y a respirar también con dificultad, la temperatura de nuestro cuerpo empieza a descender, mientras que nuestro corazón late a una frecuencia superior a la normal para impulsar nuestra sangre a los órganos que requieren mantener un estado de alerta, pues se ha detectado una probable amenaza a nuestra vida. No es posible evitar que ocurra tan indeseable malestar, porque resulta indispensable para estar preparados ante cualquier eventualidad.

Definitivamente, un estado considerado anormal, catalogado como trastorno de ansiedad, que lo mismo puede ser leve, moderado o severo y que en ocasiones llega a paralizar a aquellos que lo padecen, sí causa una nociva merma de su calidad de vida.

Sin duda, el evento epidemiológico, con clasificación de pandemia que estamos viviendo, es una situación propicia para desatar todo tipo de trastornos mentales, esto, en razón de los factores previos del frágil equilibrio de nuestras emociones, que por cierto, aún no terminaba de acostumbrarse a los efectos nocivos de la inseguridad, y ahora arremete contra la salud mental de la comunidad desde otro frente, pero que es igual de letal como cualquier factor que rompa con la armonía del entorno.

Antes de que supiéramos de la presencia del COVID-19, en las reuniones mensuales con nuestros pacientes, comentábamos la importancia de fortalecer el equilibrio emocional para evitar vulnerar nuestro sistema inmunológico o predisponer a nuestro organismo a padecer con mayor frecuencia, enfermedades o complicaciones de sus padecimientos crónico degenerativos; ninguno de los asistentes habíamos escapado a sufrir algún trastorno emocional, teniendo un origen multicausal, pero denotando, que en muchas ocasiones, pudo haberse prevenido su nocivo impacto, de haber puesto mayor atención a la salud mental de la comunidad.

Una vez que empezó a impactar significativamente el COVID-19 en el mundo, se entiende que las primeras acciones fueron dirigidas a atender con urgencia a los afectados gravemente, esto, para tratar de salvarles la vida, y desde luego establecer las medidas preventivas necesarias para evitar el avance de la pandemia y tratar de cortar toda posibilidad de nuevos contagios; tiempo después, se pensó en acciones para tratar los aspectos relacionados con la salud mental, tanto de los contagiados, de los familiares, de los agentes de salud de primera línea y de los que enfrentaríamos la cuarentena, aunque los esfuerzos por parte de las autoridades y la comunidad, son dignos de reconocerse, pareciera que las acciones para atender la salud mental, no son consideradas como prioritarias, de ahí que la población seguirá siendo muy vulnerable a los contagios por COVID-19, de seguir padeciendo un desequilibrio emocional, causante de sus trastornos de su salud mental.

En ocasiones, los pequeños detalles que no se toman en cuenta, de atenderse, podrían coadyuvar a solucionar el problema.

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